No me gusta decir que se veía venir, pero vaya que se avisoraba. Lo peor es que los mismos ejecutivos lo estaban pidiendo a gritos. A reserva de lo que reporte La Red a la CMF, la mayoría de los canales obtuvo pérdidas, y a eso, sumemos que Mega ya no tiene los descollantes ingresos de hace cinco o cuatro años.
Esto es el final de una era televisiva en la cual el hit del momento no era tan importante como el escándalo de la semana, en donde una serie era menos prioritario que analizar el tongo de la modelo del día, en donde el talento fue derechamente silenciado dejando paso al polemismo y al odio in extremis, en donde los objetivos de la televisión eran solo generar ingresos sin importar el como fuera, en donde una Domi salía más que una Demi, donde Oriana tenía más minutos que Katy o Ariana, en donde los “sueldos de Madonna” vaya que hicieron escollo. En donde se tachaba a Britney de “abuso de playback y bailes deficientes”, pero al mismo tiempo “celebraban” que Adriana Barrientos apareció en una obra de teatro en tierras trasandinas.
¿Puedo seguir? En donde se importó desde Argentina y España a gente que se hizo famosa primero por hacer bodyshaming y segundo por insultar a una persona en un reality por su color de piel o por el estrato social al que pertenecía. Donde la agresividad y la “mala onda” pudieron ser más rentables hasta donde más dio que una cantante que hable de respeto, amor, comunión y que nos invite a bailar. Donde se miró erróneamente los gustos de los televidentes, quienes impávidos y “cabreados”, se fueron a Netflix.
Odio tener que decir esto pero los ejecutivos se la buscaron. No vieron que Netflix iba a generar una revolución y se inventaron su mundo lleno de plastico, frivolidad y odio. Fueron diez años en los que el modelo televisivo orientado a la “farándula dura” mandó a una industria completa a la bancarrota.
¿Hubo oasis de buena tele? Obvio que la hubo. Y es que “de lo bueno poco”, pero sobresalían más los que no tenían más mérito que insultar, maltratar, hostigar y hasta violentar a personas, causando un perjuicio mental en miles de televidentes, sobre todo en quienes son más jóvenes. En que los alargues de los noticieros perjudicaron el rendimiento de la televisión -y que lo digan en la Región de Magallanes- y en donde hasta los matinales duran tediosas seis horas. Y es que de la tele que tuvo hasta doce horas de farándula (si, DOCE) se puede esperar cualquier cosa, pero nunca algo positivo.
Una televisión que orienta su negocio a buscar la polémica que asegure la portada y el comentario del día siguiente es tan neoliberal que, como ha ocurrido en la política, el único resultado final es la quiebra. No solo hablamos de una industria que se rompe monetariamente sino que del destrozo valórico y cualitativo que eso conlleva. Muchos analistas lo anunciaron con letras de liquidación, y otros fueron más complacientes y aplaudian. Total, es “lo que la gente quiere ver” y lo que rinde, por lo tanto, hay que exprimir la gallina de los huevos de oro y por la plata baila el mono. Pero el problema acá es que esa gallina dejó de poner huevos y el mono se cansó de tanto bailar el mismo reggaetón old-school de siempre.
Habrá mucho para opinar, conversar, debatir y reflexionar. Y es que… ¿Qué hubiese pasado si de verdad la tele le hubiese abierto las puertas al tan postergado talento nacional e internacional? ¿Qué habría sucedido si, por último, la dichosa farándula de la que tanto se enorgullecían hasta los ejecutivos de la TV pública se hubiese mimetizado y convivido en total armonía, y sin monopolizar un esquema programático, con otros formatos? Quizás estaríamos contando otra historia. Quizás, la misma que hoy cuentan en medios especializados sobre la industria española.