La semana pasada explicaba sobre la influencia de la televisión en generar un modelo de vida dentro de una determinada sociedad, sin dudas que el Chile de la década de los ochenta es un momento crucial para definir a la televisión como un instrumento que moldeó una incipiente sociedad de consumo, donde programas de televisión y avisos publicitarios marcaron un esquema a imitar dentro del modo de vida de los chilenos.
Pero hay algo muy interesante de estudiar sobre la televisión de los ochenta, es que sin dejar de influir en los nuevos habitos de consumo, tambien reflejaba un país muy pobre, de consumos básicos y donde la televisión convivía entre estos “dos Chiles” muy opuestos sin grandes enfrentamientos.
Es cosa de ver solamente proyectos televisivos como El Festival de la Una, programa que mostraba diferentes artistas del círculo más popular: cantantes cebolla, charros y humoristas de boite o circenses reflejaban a un país bastante alejado a los proyectos modernizadores del régimen militar, esto tambien se hace extensible en los concursos de este show, donde se premiaban muchas veces con artículos básicos como era un califont. Era el reflejo de que había no poca gente que buscaba ganar algo de dinero para poder simplemente “parar la olla”. Algo parecido pasaba con la publicidad que se transmitía en horarios de menor sintonía (ergo de menor tarifa), comerciales de baja reputación que ofrecían productos básicos ensombrecían a las propuestas ambiciosas de algunas campañas publicitarias de esos años.
He aquí un ejemplo de un aviso “básico” que proliferaban en los horarios de menor sintonía.
Por otra parte, la televisión ofrecía a los espectadores de “targets” de mayor poder adquisitivo programación estelar de calidad internacional; estelares con invitados internacionales, series extranjeras con poca diferencia de años de su exhibición original, documentales de alta facturación tecnica, retransmisiones de música docta, reportajes y transmisiones de los grandes eventos internacionales con corresponsales en el lugar de los hechos. En fin, una televisión bastante apegada a los estandares internacionales a pesar de la distancia y nuestro aislamiento internacional por debido a la dictadura. A su vez eran en estos horarios donde los grandes avisantes pagaban espacios para ofrecer sus productos y servicios, muchos de ellos inalcalzables para gran parte del público, estos podían ir desde computadores para empresas hasta sofisticados productos de inversión. Tan elitista podía ser esta televisión que se transmitían muchos avisos de aerolíneas, que para el Chile de los años ochenta era simplemente un lujo. Tambien habían varias marcas que trataban de aparentar algo que no eran; piscos que homologaban ser whisky o margarinas que tenían el sabor de mantequilla, era ese Chile que buscaba algo que en definitiva no lo era.
Esta tanda, exhibida en Teletrece (el espacio de mayor facturación publicitaria de Canal 13) refleja lo dicho en el párrafo anterior.
La convivencia entre dos Chiles hacía que la identidificación de la ciudadanía a este medio haya sido tan alto por estos años, a pesar de su evidente falta de pluralidad ideológica en sus servicios informativos. Era una televisión que no solo generaba el “querer ser” cuando uno veía ciertos programas (algo que hablamos en la columna anterior), sino que tambien mostraban a un Chile muy real, la gente en conclusión podía verse reflejada a traves de la pantalla chica. Eso se perdió por varias razones, la mayor oferta de servicios de televisión (el cable y luego las plataformas OTT) y el mismo deterioro de nuestra industria, como tambien la falta de un ideario para trazar lineas para elaborar una televisión que llegue a convencer a un alto número de personas y se sientan en un espacio de convivencia común. Tal vez sea imposible regenerar lo que se consiguó hace más de 30 años, pero es necesario que nuestra pantalla chica tome pronto un camino de identificación con los anhelos e inquietudes de nuestra sociedad en su conjunto.