He decidido realizar esta columna luego de mucho pensarlo y contraviniendo algunas opiniones vertidas por este servidor hace algun tiempo, puede sonar impopular, pero creo que esto puede ser necesario.
Desde el 18 de octubre Chile experimenta una fuerte crisis, una crisis que ha puesto en jaque a la institucionalidad completa, sumida en el descrédito general. El estallido es sobre todo un movimiento que pone en cuestionamiento a las élites, tanto políticas y económicas del país y que por años estuvieron desafectados del “país real”. Entre estas elites se encuentran los principales medios de comunicación del país, que en su mayoría estan adquiridas por los principales grupos económicos del país.
Sin dudas que los medios, y por sobre todo la televisión ha tenido un descrédito ciudadano considerable sobre su cobertura a los hechos, la conclusión es tajante; los medios quieren interpretar lo que las élites desean ver y no necesariamente son espejo de ese “país real”, por eso el enfoque hacia los hechos violentos y no a las manifestaciones pacíficas que ocurrieron en esos intensos días, como vocerías de personajes de grupos interesados y proclives al pensamiento editorial de estas élites.
Este diagnóstico es bastante certero y ha tenido profunda aceptación ciudadana. Pero una cosa es cierta, los medios tienen sus principios editoriales, su visión de sociedad definida y estas buscan influir en la vida diaria de las personas. Y esos principios no pueden, no deben ser arrebatados.
Pueden que estos medios entreguen una visión diferente a lo que la gran masa de la ciudadanía anhela que los medios reflejen, pero desear imponer desde la fuerza o a traves de un cuerpo normativo una serie de principios editoriales constituye tambien una violación a la libertad de expresión, de niveles similares a la desinformación o a la censura, establecer que los medios realizen pautas segun lo que la gente de la calle puede ser tan atentatorio como si una oficina gubernamental decida cual información debe ir en los espacios informativos.
Si, es necesario tener una ciudadanía critica con los medios, eso es un valor que se agradece, pero otra cosa es forzar a que los medios cambien de su parecer solo para acomodarse a la opinión pública. Creo que es más sano tener medios que se abanderizen en ciertos principios en vez de aquellos que venden “independencia” que no la tienen. Otra cosa es la exigencia de medios que reflejen la otra parte de las opiniones que se vierten, pero no impidiendo las libertades que tienen los medios de elaborar sus puntos de vista sobre la sociedad, sean los correctos o no, sean populares o impopulares. Tal vez por esto la necesidad de medios públicos fuertes que contraresten la influencia de medios con grandes intereses económicos, porque la importancia es competir de igual a igual y no quitandole sus esferas de influencias, es crear un nuevo espacio y no arrebatarlo a traves de otros, ya sabemos las amargas comparaciones en otros países de la región cuando gobiernos han querido realizar expropiaciones a medios de comunicación por no estar de acuerdo con la opinión mayoritaria. Ese no es el juego que deseamos ver a partir de ahora, el asunto es la inclusión, la expansión, no la amenaza o la venganza.
Sin dudas que los medios deben tener estandares mínimos de profesionalismo y ética, pero eso es ex-ante a los principios ideológicos que siguen los medios, sino es algo que proviene de la ética que debe imperar en todos los medios, independiente su posición editorial. Pero más allá de esas exigencias mínimas, junto con las de respeto de todas las visiones mientras que no transgredan los derechos de las personas, exigir una postura a traves de leyes de medios expropiatorias o forzar a que estos piensen como “la calle” es tambien una vulneración a la libertad que tienen estos organismos de poder comunicar. Una cosa no lleva a la otra.