El Apruebo y la Convención Constitucional ganaron por paliza. Ni los pronósticos más optimistas auguraban un triunfo tan holgado como el que vimos anoche, ni mucho menos se proyectaba una altísima participación en esta justa plebiscitaria: La cantidad de votantes ya superó a la elección de 1993 en cuanto a participación, lo cual demuestra el interés en ser parte de una nueva página que se escribe en nuestro país.
Desde ya hay que empezar a pensar en qué va a haber en la nueva Carta Magna, y precisamente en los últimos capítulos de la pasada franja televisiva se vislumbró la necesidad de más y mejores medios. Tanto el bloque de las organizaciones de la sociedad civil del Frente Amplio como “Aprobemos Dignidad” han formulado sus críticas al estado de la televisión actual, con una crisis que se acentuó con la pandemia. Crisis en todo sentido: Credibilidad, financiera, audiencia. Un todo que hace que la industria esté en su peor momento.
En las noticias que hemos dado en este mismo sitio se ha dejado bien en claro que un modelo programático o de negocios orientado a exprimir hasta la saciedad lo que más marca en el minuto a minuto siempre termina siendo pan para hoy y hambre para mañana. En cierto momento puede llenar tus arcas pero, ¿quién te asegura que lo siga haciendo al otro día? Y es que el gran problema de nuestra televisión es que ha vivido siempre de lo que más rinde: En un principio fue la farándula que prácticamente devoró todos los presupuestos millonarios de los canales hasta ser considerados casi como “fondos buitres” ya que aún dejando quebrados a varios canales pidieron más y más dinero, luego fueron las novelas turcas en donde prácticamente seis de siete canales tenían o tuvieron alguna producción otomana en pantalla, y ahora… Poco y nada queda de aquello. Intentaron sacarle el jugo al escándalo de Nano Calderón pero cuando la desesperación hace revivir a un muerto el resultado siempre es el fracaso.
Ambas instancias en donde se criticó la televisión abierta chilena han postulado lo mismo: La existencia de un sistema de medios públicos robusto y fuerte, y de una televisión privada con reglas claras. Considerando que todos los medios tienen su concepción de sociedad (y particularmente este sitio también tiene la suya propia), estas no pueden por ningún motivo transgredir los límites de la ética ni del profesionalismo informativo. Se puede perfectamente adherir a algún credo político sin caer en bajezas, hay algunos medios que tienen la decencia de pedir disculpas cuando cometen errores pero otros hacen que parezca un accidente, y eso no es bueno.
Los medios públicos son más que necesarios en momentos donde el poder económico está concentrado hoy en Canal 13 y Mega, con resultados financieros y de audiencia similares y en donde, en el caso del excanal católico, ha pagado caro ser prácticamente los portavoces de Luksic. Está claro que Maximiliano no ha dado el ancho manejando la estación televisiva y el resultado de ayer puede ser una muestra de que el empresario o sigue intentando influir sin éxito o derechamente se rinde. En el caso de lo segundo, ¿a quién vender?
Ahí es donde los medios públicos deben ofrecer contenido que sea contraprogramación pero también con sentido de lo social. TVN está poco a poco recuperándose, será un camino largo pero que puede llegar al éxito. Pero también necesitamos un sistema de radios que permita combatir el avance de las emisoras religiosas a manos de IberoAmericana Radio Chile o la sobrepoblación de estaciones informativas, un diario público que haga periodismo en serio, como en los mejores tiempos de La Nación Domingo.
Una Nueva Constitución debe facilitar el camino para una Ley de Medios que permita robustecer el Consejo Nacional de Televisión para que cumpla efectivamente su rol de orientador y fiscalizador de los contenidos televisivos, asi como también apoyar las iniciativas que buscan mantener un mínimo porcentaje de contenido de calidad, junto con brindar ayuda a productoras audiovisuales las cuales han sido las grandes marginadas de las grandes televisiones. Debe potenciarse el contenido de ficción y la posibilidad de que grandes productoras vengan a grabar a nuestro país, como el impulso que se está haciendo desde el Uruguay. Debe poner mano dura a aquellos contenidos de entretenimiento que pasen a llevar la dignidad de las personas y en donde aparezcan elementos que promuevan la violencia y el odio hacia las minorías o las diferencias sociales y de género. Hay que garantizar el acceso libre a la información, las expresiones culturales y artísticas (en nuestro caso, y ya que nos interesa de sobremanera, lo que sucede con la música nacional y extranjera que desde el predominio farandulero ha sido la gran marginada de las programaciones y las presencias en franjeados y estelares) y eventos deportivos y artísticos, y debe impulsar la llegada de nuevos actores en todos los aspectos de los medios de comunicación, para que asi los diarios no estén en poder del duopolio de la familia Edwards o el Grupo Copesa.
Inicia un camino largo y la televisión chilena debe estar a la altura de lo que los tiempos demandan. El triunfo del NO a Pinochet en 1988 supuso un proceso de cambios a los que la industria supo aguantar. A pesar de todo, tenemos fe en que va a haber la misma dimensión de sustitución de paradigmas y de ese anhelado “cambio de conciencia” dentro de nuestra pequeña pantalla.