El pasado martes, en el programa ESPN Radio de la estación del mismo nombre, Fernando Solabarrieta, con un ánimo irascible, gritó a su compañero de trabajo Luka Tudor exclamando que el no se dejaba influenciar por el público al opinar sobre el rendimiento de la Selección de futbol, “¡No tengo twitter!” fue el grito de ex rostro de TVN hacia al ex futbolista.
No pasó mucho rato cuando esta frase se dispersó por las redes sociales, pero en vez de anotar la rabia del comentarista deportivo, lo que el público resaltó era la falsedad del debate o del enojo de Solabarrieta, en conclusión, la gente no le creyó el enfado del periodista.
Si esto hubiese sucedido hace treinta años, tal vez la reacción popular habría sido diferente, y es que hace tres décadas la gente creia a pie juntillas el mensaje entregado por los comunicadores del ambiente televisivo, no existían “tongos” comunicacionales (o eso era lo que la televisión nos quería decir), en fin, existía un pacto tacito entre el emisor y el receptor en donde el mensaje televisivo era creible.
Y esto lo hablamos hace algun tiempo, el televidente asumía una posición de receptor del cúmulo de mensajes emitidos por la televisión sin mediar objeciones, el mundo de escenarios de cartón se transformaba en elegantes teatros, los sets de teleseries se transformaban en fastuosas casas y nos escapabamos de una realidad triste y dura para que la televisión se transformase más que en un espejo de la realidad en un lugar de escape de esta.
Es así que personajes que tal vez en la vida real no podrían resaltar mucho, podían transformarse en seres llenos de bondad y capaces de convocar masas, era la “magia de la televisión”, lo que la televisión buscaba era transformar realidades más que reflejarlas, y eso lo usaron desde animadores hasta publicistas y los mismos gobiernos.
Pero algo pasó, avanzó el tiempo, y el publico cambió, en los dosmiles llegó un género que sin dudas transformó la forma de como percibía a la televisión, fueron los realities, este género mostró la “realidad tal cual es”, sin guiones, sin cortes. Pronto la telerealidad transmutó otros géneros, incluídos los informativos, lo que apelaba la televisión ya no era crear una realidad transformada, la televisión no era una vía de escape sino que había llegado a ser un espejo público.
Y llegamos a los últimos años, en especial el último donde tanta noticia ha corrido en nuestra realidad. Y la televisión al parecer quedó aun en los años donde tenía la capacidad de trastocar las realidades y generar un relato diferente al de la calle, pero el público ya cambió gracias a la misma televisión, hoy quiere ver la realidad tal cual es, y esto es parte de los factores que implican el descrédito ciudadano con la industria, por eso la ciudadanía ya no tolera las coberturas parcializadas ni las creaciones de agendas a traves de este medio, como tampoco ya no cree en las “peleas” que originan contertulios de programas televisivos para atraer algo la atención, como lo ocurrido con Solabarrieta el pasado martes.