Hace un par de semanas, esta columna se refería a la pérdida de relevancia de las elites en los medios televisivos que se han reflejado tanto en las críticas hacia los espacios televisivos donde participan (el gran afectado es Canal 13) como en las sintonías de estos espacios. Hoy queremos adentrarnos a como las élites se han conformado en la televisión y como hemos llegado a esta situación, lo que provoca otros efectos colaterales que tambien analizaremos aquí.
Comenzamos refiriéndonos a los primeros años de nuestra televisión, donde esta bajo el alero de las universidades (y luego el Estado, a través de Televison Nacional de Chile) tenían un serio compromiso con las transformaciones sociales que impulsaban los gobiernos de aquellos años. (sobre todo los de Frei Montalva y Allende) En este momento histórico, las élites buscaban una mayor transversalidad, ampliándose tanto al mundo sindical, las federaciones de estudiantes como al mundo campesino, la televisión reflejó muy bien aquella voluntad presentando programas especiales sobre estas temáticas, es más, a modo de ejemplo, las federaciones estudiantiles manejaban espacios televisivos propios en estos canales. Además, las elites en aquel entonces lograban tener una mayor cercanía pública debido a que estos grupos de decisión se reflejaban especialmente bajo el alero de las universidades, lo que pasaban a ser espacios abiertos a crecientes sectores sociales, especialmente una clase media empujada por el impulso estatal de aquellos años. Las élites también tenían una mayor pluralidad en su composición profesional, abarcando no solo las clásicas profesiones liberales, sino también especialidades como la sociología, la ciencia política, el periodismo, la literatura y el teatro. Uno de los ejemplos más evidentes de estas elites forjadas desde el mundo universitario y con amplios vínculos con el mundo de la cultura, pero también de la política (e incluso la empresa privada) estuvo encarnado en la figura de Jaime Celedón, presentador del original A esta hora se improvisa quien unía mundos bien diferentes como el teatro, la publicidad y conducir el foro político más trascendental de los convulsos años setenta. Puede que varios de estos espacios no hayan tenido la figuración necesaria, especialmente por asuntos de financiamiento, pero había un propósito (y un anhelo) de los canales de no quedarse como meras estaciones divulgadores de entretenimiento.
Todo esto cambia abruptamente con el Golpe de Estado de 1973, no solo se acaba con una etapa de gobiernos de una profunda convicción reformista, sino también impone un cambio de proporciones en la conformación de los grupos de decisión dentro del país. Es un dato sumamente importante señalar decisiones como la intervención militar en las universidades para definir lo que terminaron siendo las nuevas elites de nuestro país, primero, porque termina parte importante de los intentos de ampliar los grupos de influencia, y segundo, por los efectos colaterales que experimentó la televisión chilena, de ser un instrumento para canalizar las nuevas demandas sociales a un órgano más bien distractor y enfocado a generar utilidades a través de la publicidad. Todo esto terminó afectando de sobremanera a la exposición de los grupos que buscaban un mayor reconocimiento social a través de la pantalla chica, no solo por la censura imperante, sino porque la televisión pierde su sentido de vocación hacia las temáticas sociales y se vuelve un instrumento de “sano esparcimiento”. Las nuevas elites, ahora enfocadas tanto en el mundo militar como económico hicieron sus espacios para imponer sus ideas en televisión a través de las cadenas nacionales, una intensa propaganda gubernamental y las coberturas de los espacios noticiosos, pero fueron bastante menores los programas que buscaban enfoque a las transformaciones sociales de la dictadura, solo en 1980 se transmitieron algunos foros para analizar el proyecto de la Constitución plebsicitada en septiembre de aquel año donde todos sus panelistas formaban parte del entonces oficialismo. Por tanto, se demuestra el ejemplo de “privatizacion” de las elites, en el sentido de que las discusiones importantes, de alta política, no cabian dentro de las discusiones ciudadanas diarias, sino que importaban solo dentro de los grupos de decisión. Los debates en universidades pasaron hacia los salones de elegantes hoteles en conferencias con invitaciones limitadas a los círculos que buscaban influir en las agendas públicas, nada más. La nueva fisonomía del país, el Chile de lo privado, también transformó el aspecto fundamental en donde la ciudadanía solo obedecía y dejaba espacio a los expertos para que estos decidieran. Esto último no cambió en el periodo histórico que sucedió a la dictadura.
Entre 1988 y 1990 hubo un verdadero paréntesis en los que implica el rol de la televisión en los debates públicos, nuestra industria abrió de par en par a gran parte de los partidos políticos para que expresaran sus visiones de sociedad sin grandes censuras. Se preveía que la naciente democracia iba a incluir en la televisión un gran número de debates que iban más allá de los clásicos foros políticos. Si bien en los primeros años hubo cierto entusiasmo, pronto esto cambia hacia espacios en horarios de menor trascendencia y con una sintonía baja, los programas enfocados a los temas públicos (tanto políticos como ciudadanos) más bien tuvieron una connotación de obligación de las estaciones más que un verdadero compromiso con reflejar la realidad social. Y es que en el aspecto general, la televisión en transición se caracterizó más bien en mantener el modelo de financiamiento a través de publicidad por lo que la necesidad de las cadenas de mantener programas populares era más importante que priorizar las agendas públicas, eso se notó sin dudas en el caso de Televisión Nacional, que si bien forjó en la década de los noventa un compromiso bastante claro de ampliar los ejes editoriales, luego se vio obligado a competir con los canales comerciales con contenidos que nutran a la ya peligrosa influencia de la “farandula” en la década del 2000.
Por último, al referirnos sobre las elites, sin dudas que hubo un cambio importante, los sectores de centroizquierda volvieron a tener roles importantes en el grupo dominante, y eso se reflejó en la composición tanto del gobierno corporativo de la estación pública como en los variados foros televisivos. Pero pronto se hizo evidente que esta composición obedecía al orden binominal de la política establecida en las leyes electorales fijadas en 1989, lo que hacía que sectores ajenos a este orden prácticamente eran inexistentes en la realidad televisiva de estos años. La política de los salones y los foros empresariales en vez de verse disminuido al retornar la democracia ganaron mayor vigor, y la “privatización” o concentración de los debates públicos solo en los grupos de especialistas tomó aún mayor trascendencia, solo con una extensión ideológica a través de la formación de un “Partido Transversal” que generaba gran parte de las agendas públicas de nuestro país. La ciudadanía se volcó hacia la privacidad de los hogares, a permanecer beneficiosos por los avances económicos, y ser convocados a las elecciones, pero sin mayor participación democrática posterior. Todo esto se vio reflejado en la actitud pasiva y binominal que tomó la televisión por estos años.
Esto comienza a cambiar a partir de la década del 2010, las nuevas demandas ciudadanas, las protestas y un mayor empoderamiento ciudadano hicieron también tambalear el modelo hasta entonces indiscutible de como la televisión chilena enfocaba los debates públicos. En la próxima columna ampliaremos como llegamos a la situación actual de descrédito ciudadano a la industria y bajamos algunas alternativas para la solución a esta crisis.