Existe en ciertos sectores televisivos una nostalgia respecto a la farándula dura. Se le idealiza hasta el hartazgo a tal punto que se la vende como un género esencial dentro de la televisión, como un elemento preponderante que le dio a industria televisiva el progreso, muy a pesar de que bloqueó otros formatos como los shows musicales o las series locales, estas últimas que cada año tienen que depender de los fondos del CNTV para materializarse.
La verdad es que a ese romanticismo es imposible adherir. Si bien últimamente hemos tenido una postura más tolerante respecto a ese género, miramos con espanto como personalidades públicas e incluso actores, y uno que otro usuario de redes sociales, recuerda lo bien que lo pasaba viendo programas como “SQP”, “Primer Plano” e “Intrusos”, muchas veces sin darse cuenta que la excesiva preponderancia de estos espacios no solo influyó en el empobrecimiento y posterior quiebra de la televisión en nuestro país, sino que contribuyó al apagón cultural e intelectual de Chile.
Consideramos que la farándula dura ha influido mucho, en base a su fijación con ciertas personalidades públicas, al ciberbullying contra determinados famosos. Todos los días cuando uno ve el Instagram de Claudia Conserva termina espantado porque, gracias a trascendidos hirientes en ciertos medios del rubro, la sindican como responsable de la salida de Renata Bravo y Yazmin Vásquez de “MILF”. ¿Con qué objetivo? Dañar. Lo mismo lo hicieron hace diez años con Felipe Camiroaga en donde las notas maliciosas de los espacios de Chilevisión provocaron que fuera pifiado en la edición 2010 del “Copihue de Oro” ya que, entonces, era sindicado como el orígen de todos los males del “Buenos días a todos”. Un año después todos lo lloraría cuando falleció en la tragedia de Juan Fernández, incluso los que contribuyeron al bullying.
Asimismo, mucha gente que fue parte de la llamada “farándula dura” y que eran usados por los mismos productores como bufones, como es el caso de Valentina Roth o Luli, hoy están padeciendo serios problemas mentales. Uno podrá tener críticas justas contra estos personajes, pero estos temas -y acá hablo porque yo mismo padezco de situaciones similares acaecidas por la incomprensión de las redes sociales- hay que tomarlos con la más absoluta seriedad y delicadeza. Roth contó en “Podemos hablar” que su afición a los escándalos le conllevó problemas familiares y el consabido bullying por su desenfrenada vida sexual, mientras que la blonda ha tenido un comportamiento errático en redes sociales. La experiencia nos enseña que ambas personas necesitan ayuda que los mismos panelistas de “Sálvese Quien Pueda” ni siquiera brindaron, es más, se dedicaron más a enjuiciarla por sus conductas.
Y acá viene otro aspecto que impide que nosotros añoremos los años faranduleros de nuestra televisión: El machismo. En el caso de la hija del conductor de “Magnetoscopio Musical”, se la puso en el paredón debido a su líbido y se la crucificó en redes sociales hace diez años. Ella misma habló de que eso provocó que su hermano se cambiara el apellido por la vergüenza que sentía, dejó de hablarse con su familia.
En lugar de que la nostalgia provoque espacios de conversación en Instagram como “Primer Plano del Pueblo” o que la productora del Ex-Huevo Fuenzalida fiche a Pamela Díaz -y que el mismo conductor siga añorado esos tiempos-, deberíamos hacer una retrospectiva seria y juzgar a la farándula dura por haber contribuido en un serio apagón cultural e intelectual, que vino de la mano con la crisis institucional y política que hoy vivimos; así como también por inducir en varios sectores de redes sociales el ciberbullying, la violencia, la antipatía y el “legítimo derecho” (bien puestas las comillas) de sostener una idea en base al insulto o al ataque gratuito. A esa añoranza farandulera es prácticamente imposible que podamos adherir.