Lo hizo. Donald Trump el pasado miércoles, en un discurso fervoroso ante miles de sus simpatizantes, llamó a desconocer la elección presidencial donde salió derrotado y a pesar de su intento judicial de comprobar el “fraude”, los resultados fueron favorables a su rival, el demócrata Joe Biden. La verborrea de Trump llevó a que sus seguidores, luego de oír su discurso, fueran hacia la sede del poder legislativo de los Estados Unidos, el Capitolio, para impedir la sección donde las cámaras proclamarían el triunfo del ex vicepresidente bajo el gobierno Obama. Lo siguiente fue el punto más bajo para una democracia que se considera como la más antigua y sólida de Occidente, con un grupo de manifestantes entrando al Capitolio como una turba que fuera de toda razón desconocen el resultado de la deliberación soberana de la nación estadounidense.
Esto hace seis años atras era impensable, que un bravucón de barrio, de pocos modales y mucha prepotencia como es el señor Trump iba a acceder al cargo político más simbólico de Occidente, ni mucho menos que pondría en jaque a la institucionalidad democrática de su país. Trump era un ser más bien vinculado al mundo de los negocios y de la televisión, conocido por sus igualmente bullados escándalos económicos y familiares, y que a pesar de su carrera zigzagueante como empresario inmobiliario, tenia una figuración de primera línea en la televisión gracias a la conducción del reallity El Aprendiz y tener la franquicia del concurso de belleza Miss Universo.
Pero ya en esos años había comenzado una carrera política, despotricando la gestión Obama, e incluso cuestionando la nacionalidad del entonces Presidente. En esos años la televisión estadounidense, tal como ya lo había hecho en los anteriores veinticinco años, mostraba a Trump frecuentemente, siendo uno de los rostros más reconocibles de la sociedad norteamericana.
Cuando en 2015 Trump anunció su carrera como candidato a la presidencia, las cadenas cubrieron con altísimo interés cada discurso, cada palabra, cada acción de Trump, desde el día que bajó en una escalera mecánica dorada en uno de sus edificios en Nueva York, hasta ser invitado a los más importantes late shows, el fenómeno Trump se consolidó más allá del carácter opositor de los grandes medios de comunicación estadounidenses, algo confirmado por un ex director ejecutivo de la cadena CBS, donde dijo que Trump era una figura que a pesar de generar resistencia y oposición, era una figura que generaba sintonía. Así Trump pasó de ser un outsider para pasar a ganar las primarias del Partido Republicano, a pesar de la oposición de algunos de sus más señeros exponentes como era el senador por Arizona, John McCain.
Luego Trump, con el Mundo entero sorprendido, pero no tanto para la sociedad norteamericana, gana la elección presidencial a uno de los iconos políticos de su país, la ex senadora y Secretaria de Estado Hillary Clinton. Muchos pensaron que al arribar a la Casa Blanca, Trump se iba a moderar, no fue así, todo lo contrario, el corolario de esta historia la vimos el pasado miércoles. La democracia estadounidense no se veía amenazada ni por una potencia externa ni un grupo terrorista, sino que por unos manifestantes alentados por el propio Presidente.
Esta historia necesaria de contar, la cuento aquí porque habla de como la televisión puede ser útil para propagar discursos de odio e intolerancia hacia la población, transformándola en mensajes cotidianos y otorgándole autoridad a sus emisores. La lección de la visibilidad de Trump en la televisión estadounidense debe ser un factor de como tratar fenómenos como estos en otras democracias del Mundo, incluso la chilena sobre las limitaciones de los mensajes cuando estos generan graves lesiones a los derechos civiles de los individuos.
Esperemos que en Chile en los próximos años no contemos la historia de como un medio de comunicación creó a un monstruo, como así lo fue en la democracia más sólida de la tierra.