No, no voy a dedicar esta visión editorial a nombre del sitio que administro a la exitosa serie de Amazon Prime Video, cuyo suceso internacional -afortunadamente- se replicó localmente en su emisión a través de TVN. Aunque claro, merecía un párrafo de su servidor. Me voy a referir a algo que ocurrió el fin de semana pasado, en uno de mis múltiples breaks entre un grato fin de semana en familia. ¿Protagonistas? Los mismos de siempre: Los twitteros.
Ha sido una triste consonancia en el último tiempo la negatividad tóxica que ha alcanzado la red social, sobre todo en Chile, donde hay un grupo importantísimo de usuarios que lo ve todo negativo, y que incluso a las noticias positivas intenta sacarle algo malo. En la reunión con mi equipo un columnista me decía que para entrar a Twitter o ser nuevo dentro del mismo tienes que tener harto cuero de chancho. Yo personalmente no soportaría un día estallando mentalmente por sobrecarga de información y/o por absorber la amargura de otros, y por un lado está bien reconocerlo.
Sin embargo, el pasado fin de semana se conjuró otra de las barrabasadas de ese grupo de personajes que desde el amedrentamiento buscan imponer a como de lugar su verdad, su visión o su concepción de país: La periodista de La Tercera, Leslie Ayala, recibió varias amenazas de muerte por parte de adherentes de Daniel Jadue y de la extrema izquierda en general. Esto debido a un reportaje acerca de las Luminarias que afectó al alcalde de Recoleta, y posteriormente por haber publicado que un informe del SML descartó la tesis de la golpiza de Carabineros por la muerte de un ciudadano boliviano en Calama. Muchos intentaron decir que no existía, sin embargo, luego se comprobó que efectivamente había tal informe. Uno hubiese esperado una disculpa masiva hacia Ayala con la agravante de que la citada materia fue abordada por un periodista más y la peor parte se la llevó ella, y claro, hubo muestras de solidaridad por parte de un grupo de usuarios que efectivamente cree en el ejercicio libre del periodismo.
Pero otros siguieron en su amargura y no asumieron las partes, sino que todo lo contrario, insistieron en que Leslie era una pésima periodista y enrostrando sus errores, olvidando a conveniencia de que ella fue la que destapó por ejemplo los montajes de la Operación Huracán. Y luego todo cambió de tenor cuando se revelaron las amenazas que sufrió por parte de los termos de izquierda, que en esta pasada no tienen nada que envidiarle a la “Vanguardia”.
Me decía un columnista que estamos en tiempos complicados para el periodismo. Desde medios que se cierran como el caso de La Cuarta, La Hora y una reducción de la misma Tercera a su más mínima expresión, pasando por la escasez de oportunidades de trabajo para el desempeño de los miles de profesionales que ejercen desde las más destacadas escuelas del ramo, y hasta las complicaciones por el encasillamiento con un credo político. Está claro que al barrabravismo solo le gustan los que dicen “su verdad”, la que en definitiva quieren escuchar. Por ejemplo, Daniel Matamala fue vilipendiado por José Antonio Kast por no condenar los ribetes dictatoriales que ha tenido Nicolás Maduro, pero en sus piezas en el medio del Grupo Copesa también ha condenado los desvaríos del mandatario en funciones venezolano, asi como también tiene sus reparos con algunos miembros de la izquierda más conservadora y la más reaccionaria. Lo mismo que cuando Trump y Bolsonaro han amenazado con sacar de circulación periódicos, radios y canales de televisión porque no les aplauden sus actos está sucediendo acá. Sea con JAK, con Pamela Jiles y ahora con Daniel Jadue. Siempre el resultado es el mismo, y no es nada positivo.
Si vamos a reparar en los sesgos de La Tercera, acá es otro asunto. Uno puede criticar o tener reparos con la labor de algún profesional o de un mismo medio, y estamos de acuerdo en que todos los medios tienen su visión de país, y por tanto, su sesgo. Hasta este mismo sitio tiene el suyo -no tenemos complejo en asumirlo- y siempre he sostenido que hay algunos que hacen bien o mal. Hemos tratado de tener profesionalismo aún manteniendo nuestras críticas justas y loables contra la industria televisiva, ciertas facciones y la llamada “farándula dura” y por ende tampoco estamos exentos de críticas, las cuales si vienen con respeto podemos aceptarlas. Las críticas pierden su sentido cuando se transforman en insultos gratuitos, ataques sistemáticos, hostigamientos y amenazas de muerte, como ocurrió en este caso.
Recuerdo a Julio Martínez en el año 2000, una vez que ocurrió el veto de la Selección Chilena a la prensa deportiva después del Dublinazo, decir que “los periodistas apoyamos diferentes causas, pero nadie apoya las nuestras”. El Colegio de Periodistas en esta ocasión reafirma lo que acá se dice: No han ofrecido apoyo psicológico hacia Leslie Ayala ni piensan desde el sentido humano que una de las suyas está viviendo momentos complicados. Nadie toma en serio el peligro de lo que puede suceder hasta que oficialmente se transforma en un hecho, como cuando Carabineros detuvo al camarógrafo Alex Cuadra de Chilevisión y nadie de los otros canales expresó muestras de solidaridad con un colega. ¿Es que acaso tiene que pasar algo similar a lo de José Luis Cabezas en Argentina para que salgan de su metro cuadrado? ¿No piensan en la integridad física y mental de ella y todo lo que acarrea el mismo hecho? ¡Si hasta ha recibido ataques machistas por trabajar en La Tercera! ¿O creen que no es agradable que ella sea tildada de “odalisca de Saieh” por parte de un connotado twittero progre?
Justamente a eso nos referimos con las jaurías, que el mismo Matamala definió hace algunas semanas. Gente que no es capaz de esbosar una sonrisa con algún logro de quien se destaca con algo positivo y prefiere vomitar su verborrea en 280 caracteres para así darle un sentido a su vida, personas que adoran y disfrutan viendo el vaso medio vacío hasta las buenas noticias, individuos que hacen del ataque una forma de expresión y de la funa -por muy ridícula que sea- su manera de ser. La semana pasada pensaba en aquellos pocos twitteros que me extrañaban y que podía volver a ese mundo, pero después de lo ocurrido el pasado finde, estoy demasiado convencido: A Twitter yo no vuelvo. Al menos por un ratito largo.