No les vamos a mentir: No entendemos a esa gente que dice que este mes de febrero con la ausencia del Festival de Viña fue “el más decente en años” cuando, a juzgar por los contenidos que se emitieron durante esta semana y la pasada, estuvo lejos de ser un mes cotidianamente normal. Todo lo contrario, fue demasiado horrible.
Horrible porque en lugar de seis noches en las que veíamos a nuestros artistas favoritos o reíamos con algún/a humorista, quienes no tenían la suerte de contar con un sistema de televisión de paga o una suscripción a alguna de las enemil plataformas de OTT tuvieron que ver como un operativo policial fue convertido en un reality show donde el calor de las informaciones dio paso a diferentes errores de formas de cubrir esta clase de sucesos. Y eso dio paso a un desfile de fiscales buscapantalla e hipotesis varias acerca de los culpables, sin respetar el debido proceso ni como seguirá la causa dentro de la justicia.
Nos faltó Viña. Nosotros no vamos a seguir esa amargura twittera de que con la ausencia del evento el país y la televisión siguieron su marcha. No fue asi. Tomando en cuenta que desde el año pasado la presencia de música en vivo prácticamente no existió, la semana sin la vorágine festivalera no fue más que un suplicio. Hoy recuerdo a esa televidente del programa de Victor Hugo Morales cuando tenía su noticiero matinal en el Canal 7 de Buenos Aires cuando decía, a raiz de la venta de la final de la Copa Intercontinental entre Boca y Real Madrid a la televisión restringida que “no hay ningún derecho de que los pobres solo tengan que ver sangre, como se muere la gente o como pasan hambre (…) Por lo menos es un espacio de distracción y no lo podemos ver”.
En estos momentos siento lo mismo que aquella señora, el Festival de Viña para muchos era la cúspide de la frivolidad televisiva sin embargo para mi era una instancia (al igual que Olmué, Dichato, Talca y los festivales de otras comunas que pudieron llevar su evento a la red nacional) en la que la gente podía recrearse, olvidarse de algunas de las cosas malas que suceden en la clase política. Comprendo que vivimos un momento complejo, pero no todo tiene que ser despotricar contra los políticos que no nos gustan o enrostrarle los errores al mandatario en funciones, ni mucho menos reirnos de las marchas de la ultraderecha que juntan menos gente que un programa de Telecanal. No todo tiene que ser odio visceral en redes sociales, tenemos el justo derecho de ver en igualdad de condiciones como una cantante que admiramos triunfa contra todo y contra todos, como un humorista nos hace reir pero a la vez pensar, y cómo durante seis noches eramos todos uno viendo a cantantes que tal vez no son de nuestro estilo musical favorito, pero que pueden congregar a la familia.
Si el problema es lo que rodea a Viña, y con eso refiérase a la gala o el concurso de reina, ahí puedo estar de acuerdo. Nunca me gustó que, por ejemplo, los representantes de la farándula dura vayan a un evento y digan a viva voz de quién es el vestido, la joya o el lujoso zapato que llevaron para la ocasión. Siempre me dio repulsión ese asunto de mostrar la ostentación y que ni siquiera esa gente diga a quién esperan ver sobre el escenario, nada estrictamente musical y solo exhibir, cual parada militar, el poderío de quienes llevaron a la industria a un default del que todavía no se recuperan. Por lo menos en los últimos años, el concurso de Viña ha premiado a la talentosa gente de “Rojo, el color del talento” (otra cosa que extrañamos y que TVN quedaría como boludo si prescinde del programa que los hizo volver a instalarse en la opinión pública) pero de todas maneras, hay que eliminar ese incomprensible rito del piscinazo.
Ahora, si el problema es que ustedes no toleran la balada o los ritmos urbanos, el problema ya no es de Viña sino de su intolerancia musical. Para la música alternativa está Lollapalooza, para el rock duro está la tocata del Caupolicán o la escena underground, para la música clásica están miles de eventos como los del Teatro Municipal o las Semanas Musicales de Frutillar. Viña cumple con su rol de ser un evento familiar y transversal. Cierto que como todo evento tiene problemas que se pueden solucionar, pero no podemos negarle a la fanática de Maluma, Mon Laferte, CNCO o Backstreet Boys su justo derecho de disfrutar de el, la, los o las cantantes que musicalmente los formaron.
De todas formas, comparto la tesis de que a Viña le falta rejuvenecerse: Ya dio señales importantes llevando a Denise Rosenthal y a Francisca Valenzuela demostrando por qué son las cantantes que le dan un buen nivel a la música chilena incluso en el extranjero. Si el próximo año el Plan de Vacunacion surte efecto, debemos pensar en quién podrían ver: Desde acá me gustaría observar a la española Aitana, a la brasileña Anitta y hasta a un nombre mexicano polifacético y completo como Danna Paola. En cuanto a anglos, es justo y necesario conseguir a Demi Lovato ya que tiene una deuda gigante con Latinoamérica y la Quinta Vergara sería un buen escenario para saldarlo y reencontrarse con los fans de este lado a quienes estima bastante. Para la música señorial me encantaría ver a Thalía que hace años debió volver al escenario viñamarino y en cuanto a artistas masculinos sería un agrado ver al colombiano Camilo y el regreso de Maluma. Y en cuanto a lo nacional es importante darle una oportunidad a la Princesa Alba para que demuestre por qué pasó de ser un viral de YouTube a una respetada y talentosa artista joven de nuestro país.
Esperamos que el próximo año, por el bien de la industria televisiva y por sobre todo nuestra salud mental, Chile no tenga COVID-19 y Viña si tenga festival.