La televisión está hecha en gran parte para entretener, así lo ha sido siempre, no existe ningún misterio en ello, otra cosa es como divertir al público, cuales son sus instrumentos, bajo que limites opera.
Históricamente, la entretención tenía su esfera en programas dedicados para tal función, con “profesionales” del entretenimiento; actores, cantantes, humoristas, ilusionistas entre otros, la televisión tenía a estos espacios como los principales en sus parrillas. Pronto cambió el escenario, los primeros años del siglo XXI se descubrió que un ciudadano común y corriente, y sin los talentos que se exigen para entrar a ese mundo podían ser protagonistas de la fama, era la época de la telerrealidad, en muy poco tiempo, estos espacios tomaron un lugar que antes era reservado a los “profesionales” del entretenimiento, todo a un costo menor de lo que se necesitaba para montar las grandes producciones de antaño. Llegó un momento en que personajes de pocos brillos pasaron a ser portadas de medios escritos, y finalmente entrar en la vida diaria de millones de personas, la gente buscaba la realidad como entretención.
En esos mismos años, el telespectador demandó que esa misma realidad también se estableciera en los espacios más nobles de la televisión; los espacios informativos. Los que lograban un mayor acercamiento a los “problemas reales de la gente” ganaban la sintonía, en pocos años dejamos de ver comentarios de lo que sucedía en un mundo cada vez mas interconectado para enfocarnos en noticieros y reportajes donde importaba más que el tema apele por la cercanía de los hechos a las personas, los dramas de la deficiencia se hicieron protagonistas de la pauta informativa diaria de los chilenos.
Con el paso del tiempo, esas noticias perdieron el impacto que en algún momento tuvo, pasaron a ser relegados a otros espacios, espacios destinados anteriormente al entretenimiento y el servicio social, eran los matinales. Todas las mañanas amanecimos con las noticias transcurridas en la noche, el robo, el lanzazo, el portonazo, etcétera, la delincuencia nos ha aportado muchas palabras en el vocabulario.
Y de pronto la delincuencia parece que pasó a ser parte de un espacio de entretención, los abogados de narcotraficantes pasaron a protagonizar amplias notas en los programas, también se hicieron conocidos los lujos de las principales bandas. El enfoque ha pasado a tener ribetes de una exhibición jocosa y hasta bien intencionada de los grupos que amenazan la paz social, los nuevos payasos del circo son los que perturban un ambiente de paz y tranquilidad.
Pero no solo los perfiles y la neutralización de ciertos personajes (que se acentúa en redes sociales, donde rostros vinculados al narco tienen cada vez mayor aceptación) nos preocupa sobre los límites del entretenimiento, figuras políticas terminan aceptando la humillación de los conductores de los espacios para tener mayor conocimiento ciudadano, aceptan ser bufones de un espectáculo cada vez más decadente. En la democracia que se vanagloria ser la más sólida del planeta, un personaje de pelo dorado se colaba en espacios de televisión diciendo barbaridades, los noticieros justamente se enfocaban en aquellas barbaridades pensando en obtener un efecto contrario, el sujeto alcanzó el mayor puesto político del mundo y logró darse el lujo de no reconocer su derrota electoral, causando un serio daño a aquella democracia. Un sujeto de similar comportamiento hizo la misma escala de acciones en Brasil, logrando ser elegido presidente y hoy tiene un país sumido en una crisis sanitaria, económica y social.
Los límites del entretenimiento son claros, transgredirlos puede ser una amenaza letal al sano desarrollo de un país, poniendo en jaque a la propia ciudadanía que busca entretener.