Hablábamos la semana pasada de cómo la televisión ayuda a normalizar algunas prácticas y personajes que no deberían ser del todo sanas para tomar como ejemplos dentro de la sociedad. Pero hoy quiero detenerme en un asunto que cada vez me preocupa más y más, la idea que el espectador solo debe consumir contenido que impacte o sobresalga de lo común, dejando de lado temas de alta importancia para nuestras vidas, mi temor es que la televisión chilena nos mire como idiotas, sin capacidad critica, o peor aún, sin capacidad de administrar un acervo de informaciones para poder enfrentar el mundo actual.
Parto por decir que algunas lecciones del pasado ayudan a fomentar el temor que siento, en un pasado, los noticieros, a pesar de las limitaciones editoriales en los años de dictadura, tenían el esmero de ofrecer al público un amplio contenido de noticias surgidas desde los más variados rincones del mundo, todo en un país pequeño y alejado (tanto política como geográficamente). Así en nuestros informativos desfilaban los rostros de los grandes líderes mundiales, los democráticos y los dictatoriales, del este y del oeste, a través de grandes analistas que parecían profesores universitarios dictando cátedras solemnes sobre los hechos del mundo, reitero, a pesar de las grandes limitaciones que vivíamos, que no solo eran políticas, sino también tecnológicas, éramos testigos de los grandes procesos globales sin siquiera ser invitados.
Hoy supuestamente vivimos en un mundo interconectado, donde no solo nos importa lo que ocurre afuera porque puede suceder lo mismo dentro de nuestras fronteras (la pandemia nos lo ha enseñado de una manera amarga), pero el “afuera” cada vez es más cercano no solo por turismo, sino por necesidades que van desde el enriquecimiento académico llegando hasta la misma necesidad de sobrevivencia en casos extremos, y veo que de una manera dramática que nuestros informativos, por razones de sintonía, hoy dejan esas informaciones que pueden ser claves para entender el entorno que nos rodea en un plano inferior, lo “internacional”, si no lo es por una catástrofe en un país poderoso o una bomba instalada en otro país poderoso, se limita a los simpáticos animales que llegan a algún zoológico extranjero o los avatares de familias reales que por su propia responsabilidad están perdiendo el papel simbólico que hasta hace pocas décadas detentaban, en desmedro de los líderes mundiales, sus tensiones, reuniones y objetivos del cual poco se habla, una pregunta ¿supo que la semana pasada hubo una serie de cumbres, donde se analizó incluso un alza de impuestos a los patrimonios más altos del mundo? ¿Sabe usted del intenso conflicto armado que se genera en los países del Africa Subsahariana y que amenaza la seguridad mundial? ¿Sabe de los atentados a los derechos humanos generados por el régimen familiar de Nicaragua?
Parece que uno tiene que informarse mejor en internet, pero hay algo peor, son los mismos canales, a través de sus radios y medios vinculados los que generan la sensación que las noticias trascendentales son destinadas exclusivamente a un público “influyente”, “exclusivo” a través de brillantes espacios que transmiten por sus radios y que los noticieros televisivos entregan la información que el “hombre medio” requiere, nada más ni nada menos.
La televisión termina generando la sensación que algunos pensadores, allá en la década del sesenta, tenían de este medio, que era una “caja idiota”. La televisión hizo esfuerzos reales para refutar tal distinción, muchos de estos esfuerzos realizados con gran éxito, pero hemos retrocedido a una instancia en que el público objetivo busca a la televisión como un instrumento que solo entrega liviandades y que no favorece a una ciudadanía plenamente informada, en que lo importante no es tener noticieros inútiles de dos horas de duración, sino en ofrecer un set list de información que ayude a las personas a manejarse en un mundo cada vez más interconectado, cada vez más multidependiente, cada vez más complejo.