Soy bastante ajeno a seguir figuras de la cultura popular, creo que es un símbolo de nuestros tiempos el asociar todo acontecimiento social con la vida de los hechos del mundo del espectáculo, pero yo lo miro con una reticencia muy profunda, aún así, en tema en cuestión me provoca entre repulsión, como efecto de lo detallado anteriormente, pero cada vez más me genera una mayor curiosidad, por el simbolismo que acarrea este hecho.
En relación a todo esto, nunca he seguido con atención ni la carrera ni la vida de Britney Spears, ni sus primeros éxitos en los albores del siglo, ni su momento de decadencia promediando la década del 2000, ni menos el litigio que lleva con su padre por la tutela personal. Pero creo que igual puedo recoger algunos hechos de su vida como emblemáticos, e incluso fundamentales para entender a nuestra generación, sus inquietudes y anhelos.
Y aquí me detengo en febrero de 2007, el emblemático febrero de 2007, incluso para los que estamos ajenos a su carrera, todos recordamos esas fotografías de la rubia cantante despotricado a los fotógrafos, y luego su emblemático rapaje a la luz de todo el mundo. En ese momento la reacción inmediata de muchos fue la esperada, la burla, el reproche e incluso la secreta ansiedad de algunos de ver un desenlace fatal en la vida de la intérprete, era lo natural en esos momentos, el morbo en su máxima expresión.
Pero pronto comenzó a tener una reacción diferente del público, muchos comenzaron a empatizar a la cantante asociando sus problemas con los propios, Britney Spears, la considerada princesa del pop, la heredera de Cher y Madonna, ídola de millones, hermosa y millonaria tenía los mismos problemas que millones de otros mortales que padecían los mismos traumas de la interprete, pero que los guardaban en silencio, en la indiferencia del resto, con la impotencia de ser silenciados en una sociedad donde prima la felicidad instantánea, sin analizar de fondo nuestras falencias y carencias.
Aterrizamos al 2021 con una imagen de Spears muy diferente a la del 2007, hoy Britney se siente acompañada de sus colegas en la industria, pero también de millones de personas, no necesariamente sus fanáticos, que han sentido que su lucha es la lucha de muchos, haciendo visible los síntomas y secuelas de los mal llamados “trastornos mentales”. La frase salud mental ya no es un asunto tabú ni en las mesas de las familias e incluso es parte en programas de campañas políticas, las organizaciones internacionales de salud han incrementado su solicitud a las naciones del mundo en poner mayor atención a las necesidades mentales de su población, sobre todo en temas de pandemia, donde estos síntomas han tocado las puertas de miles de hogares. Hoy escuchar a un familiar un amigo o un conocido que está en terapia no es un asunto lejano, incluso se ha llegado a usar el humor con estas prácticas, en parte porque ya son muchos los que han protagonizado estas experiencias.
La influencia de la cultura popular es enorme, cuando somos pequeños lo primero que identificamos son símbolos del mundo del cine de la animación, la publicidad, el deporte y la música. Crecemos con estas figuras con la misma presencia que nuestros familiares más cercanos, entramos en una dinámica de conocer sus historias, incluso las más privadas. Suena fuerte, pero ellos terminan involuntariamente siendo parte de nuestras vidas. Y lo vivido por Britney es el mejor ejemplo de todo esto, su vida y su lucha ha pasado ser un símbolo en la visibilidad de nuestras patologías mentales y ha lo puesto en la primera prioridad en los planes de grandes organizaciones. Si no fuera por esta cantante, tal vez la salud mental no habría tenido la evolución social que tiene el día de hoy.