Sin dudas que La Red hoy da que hablar, es el canal que transgrede, que cruza la barrera de lo que ha establecido la televisión en este tiempo, pero a mi aún no me convence, mejor dicho, me cuesta verlo.
Y es que estoy acostumbrado (o mal acostumbrado) a otra tele, a una donde los periodistas no están camiseteados con causas ni menos con orientaciones ideológicas, donde cuestionar al poder era algo impensable, donde el debate político tenía que ser obligatoriamente con un justo equilibrio entre los participantes según su tendencia ideológica, donde las noticias debían ser objetivas, o sino eran tendenciosas.
Nací viendo noticieros donde aún eran locutores los que leían las informaciones, eso a la generación de mis padres le gustaba, porque así la “noticia no era contaminada”, también gracias a esas noticias respetaba mucho a los políticos, porque se mostraban siempre muy compuestos, vestidos de traje y corbata, hablando en conferencias de prensa, para un niño pequeño te configuraba que eso era el orden, el camino correcto. Por el otro lado me caía mal Gladys Marin o todo aquel que protestaba, a la Gladys siempre la mostraban gritando como desaforada, fuera de quicio, entonces eso me parecía de mal gusto, de mal proceder (“las cosas no se deben pedir de esa forma” decían en casa”) lo mismo me pasaba con todo aquel que trataba de entorpecer el orden público. Había que cuidar el país, la democracia que tanto costó por restaurar, sobre todo teníamos que tener respeto con nuestros conductores, porque mal que mal su éxito era el éxito de todos.
Y si, La Red transgrede ese pacto tácito que preponderó a nuestra pantalla chica por décadas. Por primera vez un canal se identifica con valores que van más allá de las modas, a asuntos que son controversiales, que no todos estaremos de acuerdo. Pero esto va más allá, La Red está poniendo en boga toda una concepción que estaba establecida por la industria en décadas, una industria que más que fiscalizar el poder era un instrumento para ensalzarlas, en incomodar a las autoridades de turno y no colocarlos en un pedestal. Es cierto, este modelo se entiende (y se comprende) en una era donde el prestigio de las instituciones está en el suelo y es fácil pegarle, es atractivo e incluso lucrativo. Pero La Red, sin ser explícito pone en evidencia como otras estaciones usaban su prestigio e imagen para promover “lo correcto” por sobre las muchas dudas y errores que podían detectar ciertos personajes y sus proyectos políticos.
Me seguirá costando ver La Red porque me acostumbré a ese otro Chile, un Chile en que las cosas iban bien, donde los políticos y empresarios trabajaban exclusivamente para el bien de Chile y no para su beneficio personal, donde debíamos evitar a los vocifereantes que marchaban e impedían el normal progreso de un país que se encaminaba tranquilamente hacia el anhelado desarrollo. Pero tal vez ese Chile ya desapareció o definitivamente nunca fue, y tenemos (Mejor dicho, tengo) que acostumbrarnos a esa nueva realidad.