Famosos, personas que por alguna determinada cualidad o arte han traspasado las barreras de lo privado para llegar a ser figuras públicas. Ser famoso es el deseo de un grupo importante de personas, mucho más de lo que imaginamos. Ser famoso implica muchas implicaciones positivas (y otras no tanto) para la vida de aquel individuo. Pero más allá de eso, ser famoso es una base constitutiva de los medios de comunicación, son los famosos, personas con alta figuración pública las que motivan a un grupo de personas a sintonizar un determinado espacio.
Con el paso de los años esta base se puso en entredicho, los formatos de telerrealidad buscaban un efecto diferente, un grupo de personas, hasta entonces desconocidas, pasaban a tener figuración pública por aparecer en estos programas. Este fenómeno alcanzó todos los mercados televisivos relevantes, y Chile no fue la excepción. Pero a pesar del éxito de estos formatos nuestro mercado local dejó el encanto de los desconocidos y volvió al terreno fácil de los ya conocidos. Y hoy vivimos el paroxismo de este fenómeno.
Al día de hoy, gran parte de los programas de entretención se nutren de la participación de famosos, estos vienen de toda índole: el espectáculo, el deporte e incluso la política. Figuras de hoy y figuras del ayer, viejos y jóvenes. Gran parte de estos espacios justamente ofrecen su plato fuerte el ofrecer a este ramillete de personalidades, y resulta que puede arrojar un éxito absoluto, pero a veces también ofrece resultados desconcertantes para las estaciones.
El problema es que la industria chilena abusa de los famosos, veamos. Los reallity shows, un género naturalmente destinado a la transformación de anónimos a estrellas, en nuestra pantalla chica han pasado a ser una ventana para dar cabido a figuras ya conocidas, desvirtuando el propósito original de este formato, pero tal vez este ejemplo no es lo suficientemente decidor. Veamos el caso de La Divina Comida, famoso formato de conversación en los hogares de los anfitriones y nutrido de un prolongado éxito en la pantalla local, el problema tiene que ver con su formato original; el espacio consistía en invitar a desconocidos a preparar recetas de cocina e invitar a otro grupo de desconocidos a degustarla, aquí la cosa se invierte, pasando a que conocidos chilenos invitara a otro grupo de famosos a cenar en sus respectivos hogares. Cuando Chilevisión decidió transmitir el programa en su concepción original el espacio tuvo un desastroso índice de sintonía.
Tal vez aquí hay un problema que no es necesariamente responsabilidad de los canales, sino del público. Creo que los chilenos somos un pueblo muy ávido por saber sobre la vida de los otros de una manera muy explícita. Sería este el factor del porqué del éxito por un buen lapso de tiempo de los espacios de farándula, y si bien hoy descansan en el sueño de los justos, las páginas de internet que tratan sobre la vida de figuras públicas gozan de buena salud. ¿No será que es este el factor central para que los canales apuesten por famosos?
Al final, esta sobredosis de famosos en la tele implica muchas mas interrogantes que van más allá de los que deciden que contenido ven los televidentes, sino de asuntos más profundos. Cuanto nos interesa saber de la vida de los demás, cuanto “pelambre” se genera por aquello, que nos interesa saber si los famosos tienen una vida igual de normal que la nuestra y la necesidad de algunos rostros en violar su tan sagrada privacidad para obtener algunos réditos a corto plazo. El asunto es cultural, y pretender cambiarlo no solo es decisión de un canal de televisión ni siquiera de un nuevo gobierno con rótulo de transformador, es un asunto que implica de idiosincrasia del chileno, algo que para su revisión y cambio tardará generaciones en cumplirlo.