El año pasado hablamos sobre la “Edad de Oro de la televisión chilena” que se establecía según nuestro parámetro entre 1978 a 1998, al ser un periodo largo de tiempo, y al vivir importantes transformaciones, no todo este lapso fue uniforme, sino que se subdivide en diferentes momentos. El primero se distribución entre los años 1977 a 1981, específicamente la era del “boom económico” de la dictadura, donde nuestra industria vivió una profunda transformación, tanto en su contenido como en su sentido de ser.
Tras un periodo de ajuste, tanto en un sentido presupuestario como programático, las fuertes restricciones que la ley de televisión de 1970 que habían realizado a la exhibición de publicidad se levantaron y permitieron a la industria chilena a abarcar nuevos espectros, saltando de lleno a una variedad inusitada de espacios estelares que juntaban grandes cantantes, humoristas y números de entretenimiento venidos de diferentes partes del mundo. La esencia principal de este periodo fue la entretención, construyendo la columna cerebral de los esfuerzos programáticos.
Es aquí donde analizamos también un análisis crítico a este periodo. Al estar inmersos en una dictadura cívico militar con un propósito claro de transformar la mentalidad de los chilenos, la televisión se transforma en un elemento clave para lograr tales objetivos. Tenemos que ser también claros para distinguir que los dos anteriores proyectos políticos de nuestro país, quiere decir, los gobiernos de la Democracia Cristiana y la Unidad Popular, también tenían a la televisión como elemento esencial para divulgar los cambios profundos que representaban para el país. Pero durante la dictadura, el proyecto transformador inserto en la televisión no estaba expreso de manera clara, por el contrario. Si bien había una estricta limitación en el plano informativo, los canales tenían una gran libertad para realizar otro tipo de espacios, como los programas de entretención. El papel distractivo de la pantalla chica entonces, comenzó a ser discutido no solo por círculos disidentes, sino por grupos intelectuales afines a la derecha al juzgar a la televisión como un medio lleno de vulgaridad y desinformación. Aquí también hay un halo de añoranza del periodo anterior de la televisión, ya que este públicamente se comprometió como un medio que ayudaba a las transformaciones sociales y culturales, y que buscaba irradiar más allá que mero entretenimiento, aquello no solo estaba en la mente de los gobiernos progresistas, sino también en la idea original de la televisión chilena planteada por el presidente Jorge Alessandri.
Entonces, podemos decir que este “modelo sin modelo” de todos modos respondía a un modelo transformador, pero precisamente no en lo programático, sino en la publicidad. Y claro, las barreras establecidas en 1970 respondían a un temor del entonces legislador en torno al papel de la industria publicitaria y sus propósitos en el crecimiento de un modelo capitalista (justamente lo que los gobiernos DC y UP querían terminar), la publicidad era considerada un “mal necesario” para ayudar al financiamiento de las estaciones, que si bien recibían aporte estatal, no era suficiente. Al eliminarse los financiamientos de base por parte del Estado, en 1975, los canales vivieron una gran crisis, agudizando el periodo de ajuste que ya vivían desde el Golpe de Estado, y la solución de 1977 fue una bendición caída del cielo ya que ayudaba a las estaciones con programar mayor tiempo en publicidad, así lograban mayores recursos, pero en el fondo ayudaban a impulsar una industria fundamental para generar una nueva cultura del consumo en nuestro país.
Rápidamente los espacios de entretención lograron grandes sintonias y las estaciones pudieron revertir sus años negros, para finales de la década del sesenta estaba bien aceitado una industria de programas vinculados al “sano esparcmiento”, todo con el alto auspicio de importantes marcas y fortalecido con largas apoyos publicitarios. Que millones de telespectadores presencian grandes eventos, con la compañía de un desfile de marcas y productos que hacían convencer al público sobre sus bondades, eran la combinación perfecta para generar una televisión que buscaba un objetivo bastante noble y bien intencionada de ser un lugar ameno y un remanso en momentos complicados, pero a la misma vez, ser un potente motor para divulgar, de manera implícita como explícita, de un nuevo concepto de sociedad que se gestaba en Chile.
Más allá de los reparos y críticas que con justa razón se le hacen a este periodo, los objetivos buscados por diversos actores (la industria televisiva y los impulsores del nuevo modelo) fueron logrados, aunque estos frutos sólo se vieron con claridad varios años después. Mientras tanto, el país entraba en una severa crisis económica y política, pero al mismo momento, la televisión chilena empezaba a mostrar un desarrollo notable en su diversidad programática.