Las últimas semanas se ha vuelto cotidiano la aparición de noticias relativas a la delincuencia. Robos, asaltos, homicidios y balaceras abundan en las agendas informativas de noticieros y matinales lo que provoca en no pocos grupos una sensación de agobio en relación a estos hechos de sangre. Infelizmente, no podemos tapar el sol con un dedo, la inseguridad ha empeorado en los últimos años, es imposible negar a mostrar hechos que difícilmente se apreciaban hasta hace pocos años en Chile como una mortal balacera en un centro comercial. Tenemos que asumir que estamos en una batalla difícil de ganar y que no será solucionada quitando la información dentro de los noticieros.
Pero es necesario detenernos en algo, un asunto que ya se planteó en esta tribuna, que es el enfoque al cual se cubre las noticias vinculadas a la delincuencia en Chile. Si había algo que los medios pueden tener un grado de responsabilidad es el mostrar los hechos de vandalismo como un material de entretenimiento y a la vez de temor, se mostraban bandas, robos y hechos delictuales, pero sin detenerse en los factores que llevaban a la delincuencia.
Es cierto que la agenda de la inseguridad se incrementó en Chile con el progreso material de las familias chilenas, y junto con ello el temor a que sus bienes fueran sustraídos, también aumentó la osadía de los delincuentes, adoptando métodos cada vez más violentos. Pero es cierto también que la sociedad chilena en su conjunto, y junto con ello incorporamos a los medios de comunicación masiva, no nos detuvimos en ver las luces de alerta de cómo en los barrios marginales de nuestro país la falta de oportunidades llevaron a muchos de nuestros compatriotas a irse al oscuro camino de la delincuencia y la drogadicción. Nosotros simplemente veíamos en nuestros hogares los robos y saqueos, sin hacernos el juicio crítico de comprender las raíces del mal, en parte porque nosotros mismos intentamos olvidarnos de nuestras mentes la miseria y las carencias (no solo materiales, sino emocionales) que aún abundan en nuestras poblaciones. Luego que el Estado y sus instituciones, pero también las organizaciones de la sociedad civil (las iglesias, los grupos políticos, los centros de madres, juntas de vecinos, etc) no fueran capaces de generar alternativas de una vida diferente para miles de jóvenes, la cultura del narco terminó permeando las poblaciones marginales, haciendo el peligro de la delincuencia en un engendro todavía peor.
Hoy solo vemos las consecuencias de un abandono social, y que muy pocos fueron capaces de detectar, se percibe con preocupación que los patrones de la narcocultura estén presentes no solo en la vida de las poblaciones marginales, sino dentro de la sociedad entera. No podemos seguir aceptando la visión cándida e inocente que “tapando” las noticias de inseguridad vamos a solucionar en parte el problema, será un placebo nada más. Hoy, con la leche derramada, nos queda realizar el juicio histórico a la actitud tomada por los medios en torno a estas noticias y reflexionar de cómo construir, desde los elementos que pueden desarrollar estos medios, una sociedad que enfrente con determinación y frontalidad no solo la inseguridad, sino una creciente sensación que miles de jóvenes ven en el camino del delito la solución a su atormentado entorno.