La secularización de Chile es evidente, no nos vamos a detener por las razones, de público conocimiento de la profunda separación de la sociedad chilena con la jerarquía de la Iglesia Católica, esto se hace evidente en la programación de las estaciones televisivas chilenas en torno a la Semana Santa que han quedado en su más mínima expresión, exceptuando la única tradición televisiva chilena aparte de la Teletón y el Festival de Viña: el telefilme Jesús de Nazaret, que acaba de cumplir cuarenta años de exhibición por las pantallas de TVN. A pesar del profundo divorcio de los chilenos con la Iglesia, la superproducción de Franco Zeffirelli cuenta con una fiel sintonía, logrando siempre el primer lugar de las preferencias el Viernes Santo, y algo aún más especial, logra cautivar a un público que va más allá del mundo católico.
Ahí podemos encontrar una respuesta a un problema que va más de lo espiritual y lo religioso, la importancia de mantener tradiciones en la televisión y preservar un material que cautiva no solo por el mensaje y significado que puede ofrecer una obra, sino que es una producción de altísima calidad, por la brillante interpretación por parte de sus actores, la sobresaliente puesta en escena y la sensación en general de situarse in situ en los años de peregrinaje del mesías cristiano. La Semana Santa era la oportunidad para que los telespectadores chilenos pudiésemos ver grandes producciones del cine mundial, filmes como Ben Hur o Los Diez Mandamientos más que filmes que recorrían los pasajes más marcantes de la Biblia son algunos de las producciones cinematográficas más valiosas de la historia del celuloide, por lo que su papel patrimonial y artístico tendría que ir en una escala superior a la significancia religiosa que poseen estas obras.
Y es aquí donde proponemos esta vuelta de tuerca, aprovechar la Semana Santa para que nuestras estaciones presenten estas grandes producciones, pero no para darle sentido a una religiosidad que será difícil de recuperar, sino de coincidir en estos días la reposición de obras estéticamente apreciables, con un trascendente valor histórico que puede ayudar a nuestras generaciones futuras sobre el valor de preservar lo bello del arte (en este caso, del cine) y también generar un espacio de discusión sobre la historia en general. En general tendrían gran aceptación del público, el más entrado en años rememora los viejos años en que el Viernes Santo era un día de silencio y recogimiento, pero podría acercar a las nuevas generaciones, sobre todo un grupo cada vez más creciente de personas que aprecian el buen cine, un espacio para que la televisión chilena “se luzca” con algunas de las grandes superproducciones.
Es necesario presentar a las generaciones que vienen el valor de lo bello, de apreciar el valor estético de las grandes películas. El siglo XX pudo crear un arte tan asimilable como la pintura y la escritura, como es el cine, y el cine es cultura, es historia y es arte. Tenemos que aprovechar estas fechas como una excusa, mostrar algo que vaya más allá de la monotonía de nuestra industria. Vamos más allá, este año se cumplen cincuenta años del estreno de El Padrino, que sin lugar a dudas es una de las películas más importantes de todos los tiempos, tenemos la maravillosa coincidencia que un canal de televisión abierto pertenece al mismo grupo que detenta los derechos del film de Coppola, ¿Cual sería el impedimento para que esta obra de obras se televise por nuestras pantallas, en consideración que además este filme mantiene una impresionante vigencia? Es cosa de dejar de pensar tan en cuadrado y entender que el público valora aquello que tiene un valor estético superior, y eso siempre a esta altura del año nos hace recordar Jesús de Nazaret.