En las últimas semanas se han acumulado una serie de controversias surgidas por parte de los periodistas anclas de informativos, en algunos de ellos se ha dejado patente algo que muchas veces se ha querido alejar de la imágen de un comunicador: que tienen cierta posición o incluso muestran con mayor claridad ciertas opiniones que hace tiempo no eran comunes.
Todos los seres humanos tenemos opinión, y no solo eso, tenemos nuestros puntos de vista sobre los diversos sucesos que ocurren en el diario vivir, pero también manifestamos una posición sobre las grandes estructuras que mueven ideológicamente al mundo. No está mal que hablemos de política, pero no de esa política ejercida en los salones del Congreso (y que se extienden como una lata en los matinales) sino de las nociones básicas de cómo se construye una comunidad de personas libres, iguales y dignas. Cuando se expresa tan imperiosamente que se expandan los cursos de educación cívica en los colegios no es solo para que los estudiantes aprendan las atribuciones y competencias de los órganos del Estado, sino para que los potenciales ciudadanos estén preparados para participar de manera tolerante y respetuosa en las conversaciones que podemos enfrentar con personas de diferente pensamiento.
Y acá pasa algo negativo que percibo, veo que los chilenos no estamos preparados para hablar de política, sobre todo la partidista; al momento de hablar de referentes, de colores y apreciaciones, nuestros consensos se diluyen, pero hay algo peor, comienzan las descalificaciones y los tan fáciles prejuicios. Estamos acostumbrados a hablar de política solo con quienes pensamos igual y se nos hierve la sangre cuando no estamos de acuerdo con alguien, a todos nos pasa, no podemos ser tan hipócritas para negarlo. Somos hijos todavía de una generación en la que la política no se podía hablar en las mesas o que generaba resquemor. Aún no hemos salido de la cáscara que nos aseguran los espacios seguros de nuestros cercanos ideológicos y nos hacen pensar tan mal de quien piensa distinto.
Y eso pasa mucho cuando vemos a nuestros periodistas, a quienes piensan parecido a nuestros puntos de vista sencillamente los idolatramos y aquellos que no lo son, no solo nos incomoda verlos, sino que desearíamos que estuvieran lo más fuera posible de las esferas que nos acompañan diariamente, tratamos de asociarlos con intereses espúreos para que estén lo más lejos de los medios y nos dejaran tranquilos solo con quienes “dicen lo correcto” (a propósito, ¿quien define lo correcto?).
Creo que reclamamos solo cuando se nos aprieta el zapato, y hay algo peor, no queremos ver que nuestros aliados pueden cometer errores (a veces grandes) y que a veces los de la vereda del frente son interlocutores tan válidos como los nuestros. Mientras se dirijan con respeto, con una necesaria transparencia de intereses bien declarada y abogando por la búsqueda de la veracidad la práctica del periodismo de opinión debería abarcar a gran parte de quienes son los comunicadores de la televisión chilena, tenemos que alejarnos de fantasías utópicas donde solo los justicieros deberían estar presentes, y los tildados voceros del poder queden sin pan ni pedazo, eso más que nada es venganza, y eso está bien alejado del “nuevo Chile” que pretendemos construir. La democracia se desarrolla escuchando a los “privilegiados” y a los “que sobran”, todos con igualdad de oportunidades (ahí va el mayor desafío en nuestros medios, sobre todo los hegemónicos), pero sacar del carro por solo pensar distinto manifiesta que todavía la conciencia de una democracia plena y respetuosa no ha irradiado en nuestras mentes. Se puede enmendar el rumbo, y parte de nosotros también ese cambio, no nos limitemos en nuestras zonas de confort, sino saltar los charcos y aprender de lo diverso y lo diferente.