No siempre lo que viene de la televisión argentina ha sido negativo. Sin este aporte no entenderíamos la existencia de los más importantes programas nacionales partiendo ni más ni menos que de Sábados Gigantes. Argentina ha aportado interesantes formatos que ha enriquecido a nuestra industria durante el transcurso de muchas décadas.
Pero desde un tiempo, hemos observado de cómo la televisión trasandina a pesar de anotar importantes logros, ha quedado en evidencia su perfil polémico y que ha generado formatos de discutible calidad, como lo ha sido la farándula dura y últimamente los espacios políticos.
Y es que no negamos la existencia de programas de las figuras del espectáculos, ni siquiera del “chimento”, sino de como se llega a hacer la vida imposible a los personajes que son objetos de atención dentro de estos programas, donde muchas veces terminan generando grandes percances a estas personalidades.
Pero la lógica de este tipo de programas traspasaron el área de los famosos y ha llegado a los programas de discusión política. En una nación donde de por sí los asuntos políticos atraen mayor interés que en Chile y donde el carácter acalorado de nuestros vecinos ya asegura debates llenos de fricción, estos han desencadenado una serie de espacios donde los argumentos bien elaborados son sobrepasados por una equivoca lógica del espectáculo en donde trascienden personajes con escasa preparación pero si poseen una fuerza vocal capaz de superar al otro solo por ser más bravucón, en resumen prima la lógica del más fuerte por sobre del más preparado. Esto ha provocado una serie de personajes que a pesar de su talante autoritario y provocador, se han ganado el favor de parte de la población de un país que siente que va en decline desde hace muchas décadas y buscan una alternativa…pero esa alternativa tal vez puede ser peor que el problema.
Acá este fenómeno se está importando a un nivel que nos sorprende, en cosa de pocas semanas un espacio similar a los programas de “discusión” argentinas ha ganado una figuración que las desearían tener los espacios dominicales de política. El problema es que este programa no elige personajes que pueden traer un debate serio e informado en medio de un proceso electoral, sino que por el contrario, genera una batalla de personajes que solo imponen por su postura ofensiva, escasa de argumentos, pero que generan una serie de reacciones en redes sociales y el apoyo de sus incondicionales (así como el rechazo de sus virulentos opsotores).
Son demasiado evidentes las externalidades negativas que generan estos programas para el desarrollo de una sana democracia que es natural que presentemos nuestros resquemores ante este tipo de contenidos que solo colaboran en una innecesaria polarización en la discusión política chilena, sobre todo en un momento tan delicado como la construcción de un nuevo modelo institucional para Chile.