¿Qué contenido estamos viendo cuando vemos un programa? ¿qué disposición o actitud tendremos para visualizar este programa? Es una pregunta que no nos dedicamos a responder, pero creo que es necesario entrar a discutirlo, ya que es el tipo de contenidos que ofrecen determinados espacios, catalogados con una etiqueta determinativa lo que genera una predisposición especial para ver el espacio.
Cuando uno ve un noticiero, uno tiene una predisposición para ver ese programa, sabe que se enfrentará a ver sucesos de toda índole, muchas veces más negativas que positivas, pero entiende a lo que se verá enfrentado: a los hechos diarios que generan importancia pública, revestido con una seriedad para que el mensaje sea creíble.
Y es aquí donde se percibe una desvirtuación en torno al contenido que uno está dispuesto a ver en un programa, y me detengo en el caso específico de los matinales. Los matinales en gran parte del mundo son un programa de noticias, servicios y entretención, siempre con una mayor soltura y liviandad que los espacios informativos formales lo que genera una mayor flexibilidad. Pero sobre todo son espacios de entretenimiento, de una disposición por parte del espectador que verá un espacio que busca sobre todo la distensión.
Y nuestro problema está ahí, por lo menos en Chile. Los matinales se han transformado en espacios informativos puros, con el 80% de su programación dedicada a los eventos noticiosos, sea cual sea la naturaleza o su procedencia, son programas informativos (o sus sucedáneos). La interrogante radica cuando estos espacios siguen llamándose “matinales”, como si se trataran de espacios que si bien se dedican a hablar de las noticias diarias, su enfoque central es la sana entretención. La crónica roja del día o la discusión política del día terminará siendo parte de un espacio que para el público televidente todavía tiene una percepción diferente o distinta de estos espacios, programas en que en algún momento bailarán “el trencito” o cocinará un plato de comida, eso se entiende como matinal. Por el contrario, lo que uno se genera en la mente del televidente, es que la noticia dura y el debate son establecidos con un cánon menor a la que puede ser tocada en un programa informativo puro, y el riesgo es que son los propios productores del espacio quienes asumen que los matinales son espacios de menor rango informativo, por lo que sus contenidos e invitados tienen un estándar menor al exigido en este tipo de debates. Ese es el problema.
Así vemos como el matinal de un momento a otro pasa a hablar del intento de homicidio de una persona (dedicándole a ella horas de cobertura) para pasar rápidamente a hablar de los éxitos musicales del pasado, ¿que pretendo decir? Que se pretende, a partir de la distribución del orden del contenido, banalizar los hechos, por muy serios y dolorosos que sean. El hecho de solo estar en un programa llamado “matinal” quita cierta seriedad al hecho informado, y que tiene la intención de que este suceso baje la seriedad que se le exige en otro tipo de espacio. Y esto es percibible y comprobable cuando al tocar temas tan complicados como el desaparecimiento de adolescentes (específicamente me refiero del caso Ámbar) son invitados “especialistas” de dudosos pergaminos, desde seudo detectives hasta videntes para “solucionar” el caso ¿Los noticieros tendrán el mismo estándar de invitados? claramente no.
Y ese es el peligro que esconden los matinales, o mejor dicho el tratamiento que usan este tipo de programas de este tipo de informaciones al estar en espacios concebidos como de nivel de rigurosidad más bajo, se aprovechan de este estándar y realizan un espectáculo televisivo en desmedro de crear una conciencia sobre estos sucesos. La mera palabra “matinal” genera un relajamiento que en muchas ocasiones generan consecuencias más bien negativas. Ahí vemos cómo se ha empobrecido toda clase de debates, invitando a negacionistas de diversa índole y transformado la delincuencia como un espectáculo. Urge que la ciudadanía sea más activa al momento de reconocer estos detalle en el momento de consumir este contenido y demandar que estos lleguen a modificarse, el papel del espectador debe ser atento, activo y alerta, porque el daño que se hace a la información y al debate sano e informado ya es muy evidente.