Durante los sesenta y cinco años de historia, la televisión chilena ha enfrentado una serie de evaluaciones sobre su misión social, y estas han variado según el contexto social bajo el cual se realizan estas evaluaciones. A veces las críticas van dirigidas a cierto tipo de programas o formatos mientras que en otros momentos estos van dirigidos a un modelo general de la industria.
En sus primeros años, cuando era evidente el aporte academicista de las universidades a la naciente televisión chilena, el principal objetivo de crítica era el estilo de conducción de Mario Kreutzberger, ante una pantalla chica que demostraba sobre todo un respeto tanto al momento de hablar y al televidente, Don Francisco buscaba una televisión que llegase a un espectro más popular y más cercano. Esto no gustaba para nada a los críticos de televisión que veían que su presencia eclipsaba algunos de los nobles objetivos que se establecía la televisión universitaria, lo chabacano no debía tener asidero en un modelo de industria que buscaba expandir los valores universitarios hacia los hogares. El perfeccionamiento de Don Francisco en su estilo de conducción y su popularidad terminaron morigerado estas calificaciones, años después sería calificado como la figura de mayor relevancia dentro de la industria televisiva.
Años después, luego de la consolidación de la dictadura cívico militar, la crítica se dividió entre los que establecieron en su momento a programas específicos y aquellos quienes buscaban hacer una exposición desfavorable a todo el modelo televisivo adoptado por esos años. El ejemplo de lo primero es la acción esgrimida por figuras como Andres Rillón o Enrique Lafourcade, quienes fueron despiadados en el momento de establecer ácidos comentarios a espacios como Sabor Latino, por la supuesta promiscuidad existente en este programa. Pero desde la escasa prensa opositora, sobre todo en la revista Mensaje, es sobre todo en esta publicación jesuita, donde se plantea una evaluación crítica a todo el modelo televisivo chileno, un modelo que según esta publicación era el símbolo de una dictadura que buscaba convencer a través de las pantallas el nuevo modelo económico y social, evitando que se reflejan las desigualdades generadas por estos cambios, como también se demostraba a través de estas tribunas la ausencia de la oposición política a través de este espacio. Si bien las críticas a ciertos programas hoy parecieran ser desproporcionadas, lo que se buscaba era generar una crítica a la televisión intervenida y manipulada por quienes manejaban el poder político y económico.
Ya en democracia las críticas volvieron a ser puntuales y no hacia la industria en general, y tal como en los sesenta habían espacios favoritos para los críticos para desmenuzar, Viva el Lunes, el espacio estelar de Canal 13 de finales de los noventa fue presa fácil de quienes postulaban que este programa buscaba la liviandad, lo inmediato y lo efectista para generar sintonía, pero tal como en su momento sucedió con los programas de Don Francisco el público hizo de este espacio como el primero de las preferencias. Lo chabacano de este espacio incluso tuvo ribetes políticos, cuando en 1998 el entonces diputado Enrique Krauss generó una serie de argumentos contrarios hacia este tipo de espacios. En los 2000 el nuevo objetivo fue la farándula y sus diversos espacios, que contribuyen a una sociedad basada en el escándalo y la intromisión a la vida privada.
Los últimos años, y especialmente luego del estallido social, las críticas volvieron hacia el modelo de televisión generado en los últimos años, sobre todo por los vínculos que esta posee con el empresariado nacional y los políticos del establishment que habrían impedido que la pantalla chica haya mostrado de una manera más compleja las causas que generaron la movilización social de octubre de 2019. Hasta el día de hoy se analiza con una mirada desfavorable a una industria que estaría más cercana a los intereses de ciertos grupos de presión política y económica que buscar mostrar una diversidad de espectros públicos en el momento de generar opinión pública.
La historia de las críticas ha sido más bien cíclica y acorde al nivel de conflicto social que presenta una sociedad como la nuestra. En momentos de mayor distensión, la crítica se orienta sobre ciertos contenidos y espacios, mientras que en instancias en que se hace evidente una televisión ausente de las realidades palpables, esta crítica se dirige a los propósitos mismos bajo la cual se orienta la industria televisiva local.