Este domingo en un nuevo capítulo de “De tú a tú”, Martín Cárcamo recibió en su casa al periodista Rafael Cavada.
El reportero de 54 años inició la conversación revelando que toma café casi todo el día, sin parar. “Me tomo un par de litros de café al día. Busco cafés que tengan más sabor que cafeína. De repente uno se empieza a cuidar cuando tiene hijos”, explicó.
Nacido hace 54 años en Vallenar, a los cinco años sus padres se radicaron en Uruguay, donde guarda todos sus recuerdos de infancia. Definió ese período como uno donde debía mudarse constantemente por el trabajo de topógrafo de su papá.
“Había vivido en 20 casas cuando tenía 18 años. Cuando fuimos chicos y se pudo, nos movimos con él, nos cambiábamos de colegio. No sé a cuántos fui. No tengo ningún amigo de colegio. Lo malo: desarraigo. Lo bueno: capacidad de adaptarse con rapidez y me convertí en un gran lector desde niño”, señaló.
A pesar de que no tenían grandes recursos, el periodista rescata que la estrechez económica al menos no generó rupturas internas en la familia. Además, recordó con especial cariño la casa de sus abuelos maternos, que le encantaba. “Tenían un campo donde al lado corría un arroyo con una laguna natural, donde mi tío Carlos nos llevaba a nadar y podíamos andar a caballo. Y en invierno, chimenea y libros. Un recuerdo maravilloso”, rememoró.
Desde niño destacó por su timidez que lo hacía refugiarse en la lectura. Eso cambió cuando descubrió el rock, al escuchar por primera vez “The number of the beast”, de Iron Maiden. “Quedé parado en medio del patio diciendo ‘¿Qué está diciendo este tipo? ¡Tengo que saber qué está diciendo!’”, recordó.
El periodista confesó que, si hubiera podido escoger de verdad, sin restricciones económicas, se habría dedicado a algo diferente al salir del colegio. “Yo habría hecho algo más relacionado con el arte, o con la academia. A mí ser lingüista o ser fotógrafo me habría encantado”, indicó.
Sin embargo, lo primero que hizo al salir de cuarto medio, ya de vuelta en Chile con su familia, fue entrar a la Escuela de Aviación porque quería ser piloto.
“Yo quería volar aviones de combate”, relató Rafael. “Pero hay una cosa que se llama vocación que yo me di cuenta que no la tenía, que es tener que obedecer órdenes hasta los 30 y tantos para volar el avión que me gustaba, que era el F5. Y yo decía ‘¡Tengo 20! ¡Me faltan como 12 años!’. También tuve algunas diferencias de índole filosófica-ideológica”, contó.
Finalmente terminó haciéndose echar de la Escuela, una decisión que su padre no le perdonó por un tiempo. “Tengo la sensación que si me hubiera quedado en la Fuerza Aérea no lo habría pasado bien”, reveló. Sin embargo, el tiempo que pasó ahí le sirvió para entender la disciplina militar por dentro. “Yo sé cómo piensan ellos y sé lo que esperan que uno haga, que sea frontal y diga las cosas como son, y eso para mí es muy grato. Saber cómo piensan los militares me ha servido en todas partes del mundo para entenderme rápidamente con ellos. O no”, reveló.
Tras unos años trabajando de maestro de construcción en lugares como Sewell y Angol, a los 23 entró a estudiar Periodismo, e hizo su práctica en TVN. Su primer jefe, el clásico periodista Gazi Jalil, envió un video recordando la primera vez que lo vio.
“Me recuerdo perfectamente que te llamé a mi oficina y llegaste con tu cabello hasta los hombros, barba, polera negra, chaqueta de cuero con un aspecto de rockero trasnochado”, señaló, y dijo que lo citó para hacer un despacho internacional al día siguiente a las 4 pm, y que lo quería de pelo corto, afeitado, con camisa, chaqueta y corbata.
“Yo tengo muy buenos recuerdos de Gazi Jalil, a quien todo el mundo temía”, replicó Cavada, y recordó que le hizo caso esa vez. “Llegué con el pelo corto y un gorro de arlequín con campanitas. Fui a su oficina y le dije ‘Gazi, ¿tú querías un payaso?’. Y se rió y no me dijo nada”.
En el canal estatal se especializó en la que sería su pasión, la cobertura internacional. “Yo amo las noticias internacionales hasta el día de hoy. Yo no entré a las noticias internacionales como un recurso para hacer otra cosa. Desde chico seguí los conflictos internacionales, en Uruguay leía el diario sobre lo que pasaba en el mundo, cuando vine para acá estudiaba muchos libros de Historia para entender cómo los fenómenos históricos se van repitiendo a lo largo de la historia de la humanidad (…) La oportunidad de salir hablando de noticias internacionales era para mí como ser tocado por la mano de Dios”, opinó.
En ese entonces fue cuando conoció a la también periodista Andrea Arístegui, que se convirtió en una gran amiga suya. “Rafa ha sido una persona muy importante en mi vida en dos sentidos. En lo profesional, porque fue una de las primeras personas que confió en mí cuando yo era estudiante en práctica y él se la jugó para que yo estuviera en pantalla y pudiera seguir esa carrera. Y en lo personal porque actuó como una especie de Celestino para que yo conociera a mi marido y pudiésemos empezar una relación que lleva más de 20 años”, dijo Andrea en un mensaje que Martín le mostró a Rafael.
La vida de Cavada cambió en 2003, cuando se acercaba la que sería la Guerra de Irak. En esa ocasión, el periodista vio la oportunidad única de poder ir a cubrirla. “Yo les dije ‘Se viene la guerra’ y anuncié que iba a ir yo. Cuando llegado el caso no me mandaron, me compré una cámara, reservé mis pasajes y le dije a mi jefa que o me mandaba o me iba. Fue un chantaje”, admitió.
“Yo considero que las guerras son eventos traumáticos en la historia de la humanidad. Hay que darlos a conocer, hay que cubrirlos. Son además eventos donde el poder se desencadena, rompe las cadenas, sobre todo el poder militar, y por eso se cometen asesinatos, violaciones y torturas. Y denunciar eso es una función esencial del periodismo. Eso es lo que yo como periodista tenía que hacer”, señaló.
Fue estando allá que vivió el evento más traumático de su vida, cuando presenció la muerte del camarógrafo español de Telecinco, José Manuel Couso. “Fue una de las cosas más terribles que me tocó ver. Niños quemados en hospital, ancianos heridos, mujeres heridas. Todas esas son cosas que después te hacen tener pesadillas”, indicó el periodista.
Según recordó, todo partió cuando estaban en el piso 15 del hotel Palestine grabando en la habitación de unos periodistas mexicanos, desde donde la vista de los combates era mejor, y un tanque que estaba disparando se volteó a apuntarles.
“Disparó al hotel, pegó al borde de nuestro balcón y le pegó abajo nuestro a Taras Protsyuk –camarógrafo de Reuters– y a José Couso. A nosotros no nos mató sólo porque en ese momento alguien llegó y salimos del balcón con Jorge Pliego de Televisa. (El bombazo) le arrancó pedazos así de grandes al balcón. Si hubiera estado en el balcón me muero”.
Cuando Cavada entró a la habitación destrozada, aún grabando, tomó la decisión de priorizar ayudar al camarógrafo en lugar de seguir registrando lo que pasaba. “La bomba lo quebró entero, le fracturó todas las costillas, la clavícula, el fémur se lo fracturó en tres partes y se lo dejó expuesto, le arrancó un pedazo de pierna. Lo pusimos en un colchón, lo llevamos al ascensor, y de ahí a un hospital como a ocho cuadras. Yo lo ayudé porque consideré que ponerme a grabar no servía de nada. Cuando hay otra gente ayudando, uno graba. No soy tan valiente. Si el tipo estaba ahí y necesitaba ayuda, yo no podía mirar sin hacer nada”, señaló. Finalmente, José Manuel murió cuatro horas después por hemorragia interna.
“Esa noche lloramos todos”, recordó el reportero, recordando lo trágico que fue el incidente: “José Manuel había elegido quedarse ahí porque sentía que tenía una responsabilidad. Su familia le había pedido que se fuera y él dijo ‘No, mi familia tiene que saber lo que ocurre, mis hijas tienen que ver lo que ocurre’. Y sus hijas lo recibieron en una bolsa de plástico”.
El acontecimiento marcó la vida de Cavada por mucho tiempo, ya de vuelta en Santiago. “Aparecieron pesadillas. Recuerdo haber soñado con una niña que había visto herida, y levantaba la vista y era mi sobrina”, indicó.
Otro hecho importante en Irak fue cuando consiguió cubrir la caída de Bagdad desde el punto más alto, arriba de un tanque, en una noticia que dio la vuelta al mundo. “Básicamente era el mejor lugar para grabar”, señaló, recordando que todo ocurrió cuando él, que ya estaba arriba del tanque para grabar junto a varios otros periodistas, fue enfrentado por un soldado que los echó a todos. Pero Cavada usó una técnica infalible para que le permitiera quedarse.
“El tipo me mira, la cara negra de tierra, los ojos con las marcas de los lentes, y me dice ‘Los periodistas siempre tienen cigarros’. Tomé todos los cigarros que tenía y se los doy”, señaló.
Curiosamente, ese no sería el fin, pues 10 años después, cubriendo un ejercicio naval de la Armada de EE.UU. en las costas chilenas, Rafael se reencontró con el soldado que manejaba ese tanque. “Es increíble, había venido en esa expedición con los marines, y había estado en ese mismo tanque”, contó.
A continuación, la conversación se enfocó en las consecuencias de lo que el periodista vivió en Irak. “Yo después volví a Chile y la vida me parecía muy sin sentido, después de tantos conflictos. Tú pasas de cubrir algo súper importante, colaborando con un proceso histórico, dándolo a conocer, evitando que se produzcan más guerras, denunciando los abusos y violencia. Y llegas acá y haces una nota que se cae porque te piden que hagas la ardillita que esquía o por la noticia de la última modelo con el futbolista, entonces se vuelve muy sin sentido”, indicó.
Ese sinsentido se convirtió pronto en una dura depresión, que afectó al periodista por años. “No quería hacer nada. Me levantaba igual, soy súper funcional en ese aspecto, pero empecé a sentir que nada me interesaba. Y para mí sentir que mi trabajo no tiene propósito es como estar muerto en vida. Llega un momento en que esa tristeza te invade tanto que encuentras cosas interesantes que hacer, pero la tristeza no se va. A mí me pasó eso, que encontraba sentido a lo que quería hacer, pero estaba triste. Y en aquella época en ese sentido yo era muy inmaduro, no hablaba de mis problemas con nadie. Y eso en algún momento te pasa la cuenta, y a mí me la pasó muy heavy”, contó.
La forma en que se terminó reflejando su problema fue en su carácter, recordó. “Yo creo que básicamente andaba peleado con la vida. Yo no establecía relaciones con mi entorno, ni siquiera utilitarias. Mis relaciones con, ya fueran mis parejas o compañeros de trabajo, dejaron de tener el peso que deben tener (…) Tenía mucha ira, estaba peleado conmigo mismo, no me aguantaba a mí mismo”, contó.
Fueron sus amigos quienes lo salvaron, al obligarlo a ir a terapia. Tras algunos intentos que no funcionaron, encontró a la persona correcta. “Mi siquiatra me explicó que yo me levanto un día con un ánimo en que quiero llevarme todo por delante y al día sin ánimo para levantarme. Eso se llama desorden del ánimo, y es fisiológico. Yo estaba convencido que lo mío era sólo algo que yo procesaba mal, y no, hay un grado en que las depresiones producen un desorden de transmisores, y eso se arregla con un estabilizador de ánimo. Y al mes, si yo no estaba bien, al menos ya estaba sereno. Eso creo que es lo que tengo hoy, que puedo enfrentar todo con serenidad, y eso es un regalo súper importante”, reveló.
Así fue como el periodista aprendió algo esencial, que es reconocer sus propias emociones. “A los hombres no se nos enseñó a gestionar nuestras emociones, y la única emoción que los hombres podemos exteriorizar legítimamente sin que nadie te critique es la ira. Por eso los hombres si estamos angustiados nos enojamos, si estamos frustrados nos enojamos, si estamos tristes nos enojamos, si estamos ansiosos nos enojamos. Es súper importante aprender a reconocer tus emociones, a identificarlas, asumirlas y tratarlas. Gestionar las emociones de la manera correcta es lo que te lleva a estar bien con tu entorno”, indicó.
Su momento más bajo al respecto fue en 2007, cuando un confuso incidente en un auto terminó con Rafael arrestado por conducir ebrio y agredir a dos conductores. “Era ira. Un tipo me tira el auto encima, lo insulto, él me insulta, freno el auto, me bajo, otro tipo se mete, qué te metís voh, y a voh qué te pasa. Cuando era todo tan fácil como decir ‘Oiga señor, cuidado con el auto’. Yo creo que ese fue un punto de inflexión, darme cuenta por qué yo reaccioné así”, confidenció.
Parte esencial de ese cambio en Rafael fue su pareja, Fiorella Choque, uruguaya 17 años menor con la que tiene una relación de muchos años, y están casados desde 2014. “Ella ha sido fundamental, de hecho yo la conocí en uno de los peores momentos de mi vida”, contó Rafael, quien la vio por primera vez en la casa de mis abuelos en Uruguay, porque era compañera de curso de un primo.
“Ella tiene una personalidad increíblemente fuerte, y también tiene firmeza. Uno se vuelve más flexible e indulgente consigo mismo, es bueno que alguien sea firme y te diga no”, admitió sobre su mujer, agregando que por ella dejó el cigarrillo.
“Un día me sintió olor a cigarro y me dijo: ‘El cigarrillo es una droga. Esa droga queda en tus manos, en tu barba y en tus labios. Cuando le das un beso a tu hijo, cuando lo sostienes en brazos, a tu hijo le entra droga a través de la piel. Si le das un beso o le respiras encima le estás tirando una droga’. Y dije ‘Ok, no fumo más’”, recordó.
Fue por ella y sus hijos también que dejó de beber, en especial pensando en que, dados sus antecedentes, si algún día Carabineros lo descubre manejando ebrio, irá directo a la cárcel. “En mi casa hay 10 botellas de alcohol y están todas cerradas, porque yo no necesito beberlas y no hay nadie que venga y quiera tomar una copa. No me costó dejarlo”, dijo.
El 19 de noviembre del año pasado volvió a tener un momento límite cuando sufrió un grave accidente en moto, que casi lo hizo perder la mano. “Mi mano se quebró y se abrió, hubo que recuperar el ligamento entre los huesos del carpo, y esos 4 huesos se fracturaron y se fueron para atrás. Para recuperarlos hubo que traer todo eso para adelante y fijarlo con agujas. Si me hubiera cortado un vaso sensible o un nervio, pierdo la mano”, contó el periodista, mostrándole a Martín cómo quedó su mano derecha.
“Soy un tipo con una fortuna increíble. Todavía tengo la mano para levantar a mi hijo en brazos. No perdí mi mano. Claro, quedó un poco rígida, hinchada y hay que hacer kine, pero tengo la mano”, dijo.
Fue con Fiorella que, ya con 50 años cumplidos, fue padre por primera vez, en una experiencia que lo hace sentir pleno, pero también presionado en cuanto al tiempo. “Mis hijos son lo mejor que hay. No hay nada como eso. No hay nada más estabilizador, más motivante, más poderoso. Desde que nacieron mis hijos trato en cada día que tengo libre, que no tengo muchos, de apapacharlos, de hacerme querible para ellos y hacerme presente para ellos. Porque si tienes un hijo a los 20 años, y consideras que tu hijo se va a ir a los 20 años, va a tener que transcurrir todo el período de tu vida. Yo tengo 54, entonces mi hija se va a ir en un período de 15 años. ¡Se van a ir mañana! Por eso quiero disfrutarlos lo más que pueda porque entiendo que el tiempo que voy a estar con ellos es muy poco”, indicó.
Fiorella misma, embarazada de su tercer hijo, Silvestre, se unió a la conversación para contar cómo fue que se dio cuenta de su último embarazo, mientras Rafael estaba despachando en Ucrania. “Nos habíamos pegado el Covid, entonces fui a la farmacia y me compré el test del Covid y el de embarazo. Dije: ‘Voy a hacerme los dos el mismo día porque es seguro que los dos positivos no me van a dar’”, rió ella.
Según recordó ella, pololearon muchos años a distancia, encontrándose sólo cuando él iba a Uruguay. Finalmente, en 2011 ella se mudó a Chile y se casaron en 2014. Fiorella, sin embargo, no tenía asimilada la fama de Rafael. “Cuando empezamos a formalizar, me empecé a encontrar con que no era yo la única persona a la que le gusta este señor. Yo fui hija única muchos años, no sé compartir, soy muy territorial, entonces ahí lo pasé mal. Al principio yo pensaba que todas las chilenas tenían tics nerviosos”, dijo sobre los guiños de ojos que le hacían las mujeres cuando salían. “Hoy me lo tomo con mucho humor, pero en ese momento no lo pasé bien. Me costó un montón”, reveló.
También fue importante su esposa en términos profesionales, pues ella fue quien le aconsejó a Rafael que saliera a la calle para cubrir el estallido social. “Rafa veía la tele y decía ‘Tendría que estar ahí’, pero como era sábado no le tocaba trabajar. Estaba pegado hablando solo con la tele y peleando. Entonces le dije ‘¿Por qué no vas? Agarra un celular y empieza a transmitir. Andá porque tenés ganas’. Lo llevé y fue un éxito”, contó.
“Como estuve ahí desde el primer día, tres meses después no era extraño que apareciera por ahí. Y en un momento en que la prensa fue vetada de la Plaza, yo tuve acceso, el privilegio de que la gente me permitiera ahí (…) Creo que el estallido es algo de lo que este país tiene mucho que aprender, y lo está haciendo. Por eso haber ido a cubrirlo fue un acierto, y se lo debo a mi señora”, confesó Cavada.
A modo de cierre del programa, Martín le regaló a Rafael un libro de Tolkien sobre sus experiencias en la I Guerra Mundial, que el periodista agradeció enormemente, y a Fiorella un pilucho de Iron Maiden para su hijo Silvestre.
Como suele ocurrir, el capítulo estuvo entre los temas más comentados en redes sociales, con el nombre “Rafa Cavada” volviéndose tendencia en Twitter.