Estamos a una semana de la Teletón de este año, debido a los motivos relativos al fútbol,esta campaña ya cimentada en la agenda nacional se realiza en las primeras semanas de noviembre y no en diciembre como es la costumbre. Junto a que la campaña publicitaria ha estado mucho menos intensa que en otras ocasiones, no se siente el ánimo social que provocaba la Teletón hasta hace algunos años, ocasión en que la sociedad civil preparaba con gran antelación y organización esta importante campaña.
La Teletón ha pasado diversos cambios en casi cuarenta y cinco años de organización (que se cumplirán el próximo año), desde los evidentes cambios políticos y televisivos, pero también ha vivido esta campaña la transformación económica y cultural de Chile, con sus efectos positivos y negativos en relación a esta obra social.
Las primeras campañas, marcadas por la novedad y envueltas en un momento social marcado por los años más exultantes de la dictadura cívico militar, fueron tomados por diferentes perspectivas, para la visión más opositora al régimen la Teletón, esta campaña era vista como una instancia catalizadora de grupos sociales excluidos, y que por medio de reportajes bastante crudos hacían un reflejo involuntario de un país que no le llegaba la prometida prosperidad anunciada por los voceros de la dictadura, la Teletón no solo mostraba la realidad de los niños y jóvenes que buscaban su papel en la sociedad, sino que a la vez se mostraba un país todavía muy precario, con una pobreza cruda en muchos hogares chilenos. El otro lado del espejo era la confirmación por parte de los defensores del modelo de libre mercado, que la acción conjunta de la sociedad civil y la empresa privada eran capaces de generar instituciones que podían funcionar de manera más eficiente que los actores estatales.
Más allá de todas estas visiones, se sobrepone en la comunidad en general la sensación de realizar una tarea colectiva, cohesionada y en busca de una imperiosa necesidad de hacer el bien en tiempos que la división y la fuerza imperaba sobre los puntos a favor; era el gran milagro que generaba la Teletón.
Ya pasado todos los episodios políticos ya relatados, la campaña tuvo que asumir que el país estaba cambiando. Ya la Teletón no tenía que ser la única fuente de unidad nacional por el cual reaccionaría todos los chilenos, y más allá de un contexto social, la televisión progresivamente en estos treinta últimos años ha perdido el poder de convocatoria que tuvo en los primeros años de la campaña. Pero más allá de todas estas externalidades que podrían afectar los propósitos de las “27 horas de amor”, la maratónica transmisión ha cumplido con sus metas previstas.
Es que más allá de la influencia de la televisión, los cambios culturales y las críticas que surgen en torno a esta iniciativa, la ciudadanía tiene una muy buena evaluación de las tareas ejercidas por la Fundación Teletón en la rehabilitación física y social de miles de chilenos, y estas razones, por sobre todas los reparos que puede presentar esta obra, son las que finalmente mueven a millones de compatriotas de las más diferentes orientaciones a realizar su aporte económico, incluso sin sentirse atraídos por el carnaval publicitario y una cada vez más deficiente oferta programática en el show televisivo. Más que las emociones que generaban las historias de esfuerzo y empuje es la intención de seguir colaborando con una institución que ha hecho bien las cosas lo que a los chilenos le hace motivar hacer su aporte anual a la Teletón.
Más que un evento con tintes de catarsis colectiva, la Teletón al día de hoy es un nuevo deber ciudadano, es una respuesta a miles de familias chilenas que reciben un trato digno y de excelencia en los diversos centros que dispone la fundación a lo largo del país y una forma de ayudar a la inclusión de un grupo social, que a pesar de los avances logrados gracias a la campaña televisiva, aún existen desafíos pendientes para su total integración.