Otro año se acaba, otro año en que analizamos la industria televisiva, y a pesar de los avances que hemos percibido en muchos ámbitos de la industria el resultado todavía sigue siendo insuficiente. En muchos aspectos, demasiado visibles a nuestra visión, permanecen los errores que han derrumbado la credibilidad de nuestra televisión, y estos se han reflejado, a modo de ejemplo, en la cobertura de los incendios forestales en Viña del Mar en la semana pasada.
He llevado casi cuatro años analizando la televisión chilena desde la perspectiva de un televidente pasivo, que busca ver el fenómeno televisivo desde una visión más amplia, de cómo ésta industria todavía permanece siendo fundamental para convocar a grandes mayorías para realizar determinadas acciones, la televisión, a pesar de su influencia disminuida sigue siendo el gran espacio de las masas. Pero en estos cuatro años he sido testigo de cómo nuestra industria cayó a niveles de reprobación social importantes, son muchos los factores que han llevado ese descrédito, pero siempre los responsables son los seres de arriba, los propietarios, los directores y los rostros
Poco se habla de la responsabilidad que tiene el televidente en esta crisis. Algunos establecen que al responsabilizar a todos los estamentos se estaría eliminando la responsabilidad a todos los sectores, pero pienso que el telespectador tiene una cuota importante de lo que se muestra en televisión. Si la sintonía de programas que socialmente generan confusión y perplejidad siguen siendo altas, no podemos levantar la idea que el público está hastiado del sensacionalismo, todo lo contrario. Muchas veces a través del rating se establece el doble estándar del público que reclama sobre la calidad de nuestra televisión o al menos la menosprecia, pero que sigue consumiendo contenido que genera mala reputación.
¿Es necesario pedir coherencia a los televidentes? Desde el más profundo sentido, creo que sí. La televisión mide conceptos muy primarios, pero que terminan identificando a una generalidad de la población, engloba contenidos que son discutibles con el signo de aprobación de que son altamente populares. La ciudadanía debe buscar un camino de reacción para que los personajes que deciden que ven los televidentes entiendan que estos últimos no son seres unicelulares y básicos en el momento de ver un programa determinado, y creo honestamente que esa reacción no solo se ejemplifica a través de reclamos ante el CNTV (que de todos modos es una señal temprana de disgusto) sino que privilegiando contenido que puede marcar la diferencia para el prestigio de nuestra industria.
Es momento de ponerse los pantalones largos, ya no basta el ambiente enrarecido y siempre facilista de reclamar, de echarle culpa al empedrado. Es tiempo de que nosotros, los televidentes, seamos los agentes de cambio y de una vez por todas quienes deciden en televisión sepan de nuestras reales preferencias y comience a disgregarse esa visión primaria que se tiene del espectador chileno. Es momento de entrar a la acción y privilegiar lo que podrá ser positivo para el engrandecimiento de nuestra industria local.