El humor siempre es esperado en cualquier festival. Es la instancia que más expectativa genera pero que puede definir, para bien o para mal, el futuro para cualquier humorista. Es así de simple: Si te va bien, llueven los eventos, pero si no tienes suerte tienes dos opciones: O usufructuar de aquello como lo hicieron en su minuto Oscar Gangas y Ricardo Meruane, o pasar sin escalas al ostracismo.
Nathalie Nicloux pudo haber hecho un show exitoso desde el más bajo perfil. De hecho iba muy bien en un principio con humor contingente, tomándose con humor la nefasta derrota del Apruebo en el pasado Plebiscito de Salida. Sin embargo, los problemas con la electricidad que fueron reclamados incesantemente por los asistentes la pusieron más que nerviosa en varias ocasiones.
Sin embargo, su suerte cambió cuando empezó a hablar del Principe Harry y de sus historias de vida personal. Ahí el nerviosismo comenzó a notarse, las incoherencias eran más que evidentes. Nadie podía entender siquiera lo que estaba diciendo y su destino ya estaba sentenciado.
Las pifias no se hicieron esperar pues el desarrollo fue bastante lento y, además, tuvo menos remate que sketch de “Morandé con Compañía”. 25 minutos bastaron para que quedase en la historia de los fracasos en un escenario que habitualmente era garantía de triunfo y hasta para muchos de “carrera corrida”.
¿Cuál es la lección? Y acá no tiene nada que ver el tema político, pues hay humoristas de derecha que son bastante buenos y comediantes de izquierda que son muy aburridos, y viceversa. La genialidad o la latosidad no son patrimonio de moros o cristianos. Si vas a contar una historia personal, hazla con la genialidad y picardía que tenía Coco Legrand, y ponle un poco de humor contingente como era el caso de Edo Caroe. Acá eso claramente careció en Nicloux.