Desde que lanzó su documental en Netflix que Pamela Anderson no ha parado de aparecer en la televisión norteamericana. Los programas de espectáculos que en los noventa la criticaron y hasta la buitrearon en su cara, como así da cuenta el material que acaparó los visionados en la plataforma, hoy ven con buenos ojos su incursión en el streaming. Asi también han crecido tanto en Instagram como YouTube las cuentas dedicadas a la “Guardiana de la bahía”.
Mismo caso ocurrió hace unos meses con Shania Twain. Haciendo un balance de lo que ha sido su carrera y con miras a un nuevo disco, la cantante de country en entrevista con la CNBC que agradecida de que, a diferencia de hace veinte o treinta años, sean más artistas mujeres las que acaparen la industria musical y de entretenimiento en los Estados Unidos.
La excesiva vitrina que ha tenido Daniela Aránguiz en la televisión chilena nos hacen, una vez más, tener que comparar la perspectiva a lo femenino en la meca del espectáculo con una industria que no supera sus pecados. ¿Y qué correlación hay? En que mientras allá se busca empoderarlas, acá no se deja de ver como “personajes conflictivos”.
Un breve racontto
La sociedad estadounidense antiguamente era reconocida por ser ultraconservadora. Ello lo reflejaban series como “El show de Bill Cosby” que mostraban a una cotidiana familia norteamericana. Todo mientras Cher, la diosa eterna de la música y que por esos años también conducía el excelente programa de comedia “The Sunny & Cher Comedy Hour” en la CBS, apareció en unos premios con su ombligo destapado. Una situación polémica pero que sentó un precedente de desafiar lo establecido moralmente en aquella oportunidad.
Por allá por 2004, Justin Timberlake aparecía en el espectáculo de mediotiempo del Superbowl junto a Janet Jackson. Todo iba viento en popa cuando de repente al ex N*Sync se le ocurre la brillante idea de quitarle una parte de su vestimenta para que se cubriera el torso. Toda la prensa condenó a la cantante por lo que se consideró un desatino de parte de ella. Algo que en Latinoamérica y en Europa pasó a ser cada vez más normal en televisión en aquellos años, para el puritanismo gringo fue acto que debía tener todo el peso de la ley. La FCC multó a la CBS, mientras que Janet Jackson perdió auspicios, contratos y era baneada de radios y canales de televisión. El machismo se refleja en que Timberlake vivió una carrera ascendente en ese mismo año.
Los tiempos han cambiado. Hoy Bill Cosby enfrenta condenas por los cargos de violencia sexual que se le imputan mientras arrasaba en la sintonía de las televisiones de costa a costa, Cher fue llamada como “la reina de los comebacks” y Justin Timberlake fue víctima de ese cargo de conciencia que muchas veces tarda en llegar pero aparece, aún cuando el daño a las partes ya estaba hecho.
“Lamento profundamente las veces en mi vida en que mis acciones contribuyeron al problema, cuando dije cosas fuera de lugar, o no alcé la voz para decir lo correcto. Entiendo que dejé mucho que desear en esos momentos y en muchos otros y que me beneficié de un sistema que absuelve a la misoginia y al racismo”, publicó en un comunicado. “Específicamente quiero pedirle perdón a Britney Spears y a Janet Jackson en forma individual, porque me importan y las respeto, y sé que les fallé”, agregó.
“La industria está fallada. Predispone al éxito de los hombres, y en especial de los hombres blancos. Está diseñada para eso. Como hombre en una posición privilegiada, tengo el deber de hablar. Por culpa de mi ignorancia, no fui capaz de reconocerlo cuando pasaba en mi propia vida, pero no quiero volver a beneficiarme nunca más mientras se destruye la imagen de otros”, reflexionó de forma dura y autocrítica.
Asimismo, movimientos como el “Me Too” han sido fundamentales a la hora de cambiar las reglas del juego y a las encargadas de poner la pelota al piso. Este fue, junto con el caso de Britney Spears, el momento en que la prensa de farándula de ese país debió hacer lo que nunca es capaz: Pedir perdón.
¿Por qué estamos lejos de USA?
Sin embargo, el cargo de conciencia que tuvo la industria norteamericana que vino de la mano con el aire de cambio que supuso el arribo al poder de Barack Obama todavía no asoma en nuestro país. Al contrario, la sobrecobertura que Daniela Aránguiz ha tenido en la última semana ha confirmado que la industria televisiva nacional, a diferencia de la gringa, todavía mira a la mujer como personajes conflictivos, que solo destacan por polémicas y por querer bravuconear. O sea, como una diva farandulera más.
Acá juegan varios impedimentos a la reflexión por parte de los medios, incluyendo supuestos compadrazgos o favoritismos personales cuando se trata de la ex “Mekano”, y más un eventual sesgo ideológico. Tres canales pueden hablar al mismo tiempo de que su denuncia complicó a Maite Orsini, sin embargo ninguno de ellos puede hacer la misma condena enérgica a los casos de corrupción al exalcalde Raúl Torrealba, que es incluso mucho más grave.
También los mismos consumidores perdieron su masa crítica y quieren entretenerse, sin importar que detrás se esconden horribles intenciones, y más aún en un país que pasa problemas de diversa índole. Pero acá el punto es el trato a la mujer, y es chocante y hasta violento que nuestra tele promueva a personajes que difunden abiertamente el odio a nuestros semejantes, alejados de todo buen patrón de conducta y que solo con un “voh dale” creen que pueden tener carta blanca para hacer lo que se les ocurra.
Lo peor es que viejas glorias del farandulismo como Valentina Roth o Nicole Moreno hoy lo que menos quieren es que vuelvan esos tiempos. En estos días están alejadas de las luces y de los escándalos y hasta fueron muy autocríticas de sus actitudes de hace diez años.
Falta mucho para cambiar dicha visión misógina de las famosas. Todo mientras en la televisión norteamericana están a años luz de nosotros.