A lo largo de las seis décadas de existencia de la industria televisiva chilena es observable varios momentos de cambio en los ejes programáticos que son observables a través de la pantalla, de aquello nos hemos dedicado en una serie de columnas que abarcó la llamada “larga edad de oro de la televisión”. Aquí quiero enfocarme en un cambio menos perceptible, pero que en definitiva fue trascendental en los cambios observados en la pantalla chica nacional, sobre todo en los últimos veinticinco años. Nuestra propuesta radica en que la televisión chilena pasó de ser un mecanismo de moldeamiento cultural para pasar a ser un reflejo de la identidad nacional, esta tesis está respaldada por marcas y señales que manifiestan un patrón de conductas manifestadas en diferentes programas que manifiestan este cambio que resulta aún más trascendental que algunos eventos político-sociales que hicieron cambiar a la industria.
Tenemos claro que la televisión chilena fue construida bajo el impulso de las élites intelectuales y políticas del país, esto se ve reflejado en que estos grupos impidieron por décadas el surgimiento de una televisión privada que generaría una deterioro de los propósitos fundamentales de la industria como era educar, entretener e informar al país, generando mecanismos de integración social, la televisión era un elemento de construcción de identidad nacional, en desmedro de la televisión privada que buscaría generar réditos particulares hacia los controladores de los canales. Pero más allá de estas intenciones, la televisión buscaba formar a la población, este propósito no se reflejaba necesariamente a través de programas en específico sino en el estilo de hacer televisión. Aquí entra el a veces imperceptible pero eficaz instrumento de la buena modulación de los rostros televisivos en sus programas, esto se veía de manera bien transversal tanto en programas de entretenimiento, deportivos e incluso telenovelas, aquí compartían características en común rostros como Patricio Bañados, Sergio Silva hasta Enrique Maluenda. El ejemplo de la buena modulación se demostraba a través de la forma de habla pública que tenían los chilenos, al menos así lo reflejan documentales como La Batalla de Chile o esta nota de Canal 13 en 1987.
Esta situación cambia a partir de los años noventa, aunque de una manera sutil. El espacio que estableció un fuerte reflejo del hablar cotidiano de los chilenos fue Mea Culpa, este espacio rompió con la dramatización teatral reflejada a través de las teleseries y se enfocó en mostrar diálogos en que se demostraba el tipo de habla privado de los chilenos, incluyendo las groserías y modismos tan típicos de nuestro país, no quepa duda que el éxito de este espacio radica en la forma sincera de mostrar los diálogos, hablados “en buen chileno” lo que acercaba al público, sobre todo de estratos populares.
Es así como la televisión traslada su enfoque en reflejar la cotidianeidad de los chilenos más que establecer un estándar de habla especial y formal, tanto es así que los modos de habla marginal hoy no se esconden ni siquiera por sus mismos intérpretes, así llegamos a notas como esta.
Estos son pequeños indicios, pero contundentes, de cómo la televisión chilena pasa de ser un elemento constructor de identidad hacia un instrumento que refleja la identidad nacional. Un vuelco imperceptible pero trascendental que marca como la televisión comunica a los chilenos.