El próximo lunes se conmemoran cincuenta años del Golpe de Estado de 1973 y es inevitable no dejar de usar esta tribuna para manifestar una opinión sobre el papel de la televisión chilena durante los años de la dictadura, pero no recurriremos a los tradicionales argumentos ya conocidos por todos sobre la arbitrariedad y la censura en las pantallas, sino de algunas consecuencias, a veces imperceptibles, que siguen siendo parte del ambiente televisivo actual.
Sin dudas que la televisión chilena, por múltiples razones, tuvo que dedicar su programación hacia contenidos enfocados al entretenimiento y el “sano esparcimiento”. Se consolidaron espacios existentes desde años anteriores y se agregaron otros que formaron parte elemental de la vida cotidiana de los chilenos de aquellos años. También se fortaleció las áreas dramáticas y deportivas otorgando una mayor profesionalidad al medio. Pero más allá de estos aspectos, en su mayoría positivos, se encuentra el oscuro y peligroso que hasta el día persiste: la lógica del espectáculo.
Una cosa es construir una industria televisiva en torno al entretenimiento, otra es que los elementos de entretenimiento estén insertos en todos los espacios, incluidos los que no deben serlo, como los programas de divulgación y sobre todo los informativos. Es bien paradójico que fue durante la misma dictadura donde se reclamó por diversos sectores vinculados a la cultura (incluidos algunos valores del entonces oficialismo) el exceso de espacios vinculados al espectáculo fácil, por lo que se tuvo que poner cierto coto a través de la imposición de franjas culturales, e incluso en gran parte del periodo democrático está lógica estuvo bien contenida. Han sido los últimos años en donde el agregar lógicas de divertimento se han incorporado a espacios más serios.
En dictadura se llegó a preferir noticieros para ver el peinado de la presentadora o la chomba de la lectora del tiempo, hoy cierta gente ve noticieros para ver al tipo más vociferante y más que conducir un espacio de noticias, hace de las noticias un pretexto para ver como el presentador se convierte en el sujeto principal del espacio. Que decir de algunas coberturas de desastres naturales donde algunos entrevistadores quieren pasar de protagonistas y buscan ganar algo en desmedro de la desgracia ajena, transformado todo en un show donde solo ganan las figuras que ya lo han ganado todo.
Hacer noticieros eternos, con contenidos a veces solo para hacer la hora y con evidentes compromisos publicitarios, y la presencia de elementos donde las noticias son un espectáculo sin sentido nos hacen recordar esos oscuros años donde las noticias eran instrumentos del régimen, pero hoy lo peligroso no es la censura ni la limitación informativa, sino la forma de como la televisión ve al telespectador, como un sujeto básico y que se convence por medio de las pasiones y no a través de la razón. Todo esto es todavía más peligroso en un contexto donde la información alternativa es un instrumento de adoctrinamiento de sectores polarizantes y que se basan en la mentira y el sensacionalismo para llegar a vastos sectores de la sociedad.
El show de luces ya no favorece al gobierno de turno como en los años de Pinochet, sino que a figuras que se ríen de la desgracia ajena, de la tragedia, de la corrupción y la delincuencia para ganar mayor visualización. Sus réditos no son políticos (al menos hasta ahora) sino de simple provecho personal. Pero cada día más, los JC Rodríguez, los Neme y los Sepúlveda quedan en entredicho por los propios espectadores. Y eso es nuestro principal respaldo que refleja en que la gente no es tonta ni se deja resistir a la presión de figuras populistas y oportunistas. Y esa es la principal esperanza, que la gente, a través de su decisión vaya enterrando este vestigio tan pernicioso para nuestra televisión.