Dentro de la incendiaria carta en la que Roberto Cisternas se despidió de la dirección de programación de TVN, en medio de cuestionamientos sobre el complicado momento de la sintonía de la estación (a nuestro parecer, y solo a nuestro parecer, demasiado exagerado por parte de algunos medios), quisiera destacar algo que nos hizo mucho ruido.
En uno de sus párrafos más polémicos, expresó lo siguiente: “Manteniendo una política editorial rígida dejando fuera los contenidos que la masa consume como de comedia, espectáculos (no digo farándula porque lo encuentro un término clasista que sólo se utiliza para cuando se habla de la vida de gente de estrato social más bajo, pero cuando es de la monarquía es casi un contenido cultural) y formatos arriesgados como realities, sumado a una inversión baja en contenidos, es imposible poder competir contra los otros canales que si lo pueden hacer”.
Con esto, el profesional del DuocUC declara implícitamente que dentro de las críticas hacia dicho género, o mejor dicho cómo se concibe en nuestra industria, hay clasismo, pues se considera al mismo y a quienes lo componen como “de baja alcurnia”.
Está claro que en este portal no somos amigos del farandulismo y esperamos nunca serlo, por lo mismo -y sin ánimo de sentirnos identificados- quisieramos ser claros en lo siguiente: El problema no es la farándula en sí, sino que las cuestionables figuras de las que forman parte. Porque claro, no es lo mismo un cantante que una abogada de narcotraficantes; o alguien que habla de salud mental que de quien se burla de un cáncer, como lo hizo la señorita Aránguiz con Claudia Conserva hace unos meses en la cloaca de Chucre Manzur.
¿Por que de qué sirve que tengamos un panorama musical interesante y con gran valía en las radioemisoras y plataformas de streaming, si en los canales privados siguen llenando el horario estelar figuras de caracter tóxico que ya no cuentan con la aprobación de la audiencia como hace diez años? El tema, en concreto, no es que la farándula sea flaite o “cheta”, si hablamos con argentinismos, sino que su mala onda y violencia verbal contamina la industria televisiva, lo suficiente para que se beneficie con la poca transversalidad que hoy tiene el famoso People Meter, felizmente en proceso de renovación.
Si vieramos más allá de este continente, en Estados Unidos hay farándula y hay “figuras de poco renombre”, lo mismo en el viejo continente. ¿La diferencia? Ese mundo convive con los actores, las estrellas de la música que reciben un trato igualitario por matinales, late-shows y espacios de conversación. ¿A qué vamos? A que a lo que se llama como “la marginalidad tevita” no habría que esconderla bajo la alfombra, sino que darle un contrapeso suficiente como para que convivan y no se destruyan los unos a los otros.
Ahí vemos a La Hora, por ejemplo, que cuestiona la supuesta toxicidad de Cony Capelli pero aplaude y normaliza la de Aránguiz, mientras baja el perfil a los éxitos de los cantantes del momento, los cuales no distan mucho en cuanto al estrato social que menciona el señor Cisternas en su despedida de TVN. ¿Querrá farandulizar la estación? Lo intentó con el primer “Buenas noches a todos” y la audiencia no se lo tragó, por algo el subidón de calidad de sus invitados durante este año.
Si tan solo las figuras faranduleras supieran cantar, bailar, actuar o lo que fuere, sería algo más pasable, con las críticas a su carácter y todo. El problema es que ni siquiera hay un talento comprobado en este tipo de personajes, por lo que su permanencia en el mundo del entretenimiento local es cada vez más discutible, con polémicas cada vez más de poca monta y que no garantizan la estabilidad de una industria completa.
El problema no es el rasgo etáreo de quienes componen la farándula chilena, sino que sus genios y falta de aptitudes la que logra que sea tan cuestionada. Si la situación fuese distinta y hubiesen aptitudes como en Argentina, Brasil o México, tal vez sería mucho más pasable, incluso en este portal. Pero como no es así la cosa, habrá que resistir. Y criticar con datos en la mano.