Culminada la transición analógica en la Región Metropolitana y en gran parte del país, muchos quedaron con la sensación que la televisión no estableció como un hito este paso trascendental para la industria. Faltaron los chasquidos de dedos, faltaron los programas especiales, faltó la necesidad de establecer un momento importante.
Pudo haber sido bonito cerrar una fase de la historia televisiva como se debe, sobre todo hacia los grupos que siempre eligieron a la televisión como su fiel compañía en sus vidas. Aquel acto, más que proyectar el futuro habría sido una revisión al pasado glorioso de la industria, de los tantos momentos que la pantalla chica transmitió a los compatriotas. Pero no se hizo nada, y que bien que no se hizo nada.
La transición hacia la televisión se hizo casi entre gallos y medianoche, con leves esfuerzos de la ANATEL y el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones para informar del apagón analógico. Pero no había tampoco mucha voluntad, tan poca hubo que en muchos sectores rurales de nuestro país simplemente se quedaron sin televisión porque la extensión hacia la plataforma digital no había llegado a todo el territorio. Más que celebración debería ser un motivo de vergüenza transversal, para los canales de televisión y para el Estado.
Además, ¿para que celebrar un hito que debía haber transcurrido hace diez años? Hacer una conmemoración a este hecho es lo más parecido al estudiante que celebra haber aprobado una prueba con la nota mínima, sinceramente no se merecía este paso una celebración, porque demostraría una desidia que manifestó la industria hacia los televidentes que solo incrementó el éxodo hacia nuevas plataformas.
Como siempre, a última hora y de una manera incompleta, la televisión debía cumplir un deber que no priorizó a tiempo, todo lo demás ha terminado siendo una pérdida. La más clara demostración de la crisis que tiene esta industria desde hace una década y no encuentra una salida inteligente al dilema que sufre.