Durante los últimos meses se ha manifestado la necesidad de levantar “cordones sanitarios” en contra de las coaliciones o partidos de extrema derecha y cuyo gran ejemplo se manifestó en Francia a través del llamado “Frente Republicano” compuesto por fuerzas de centro e izquierda y que lograron impedir el triunfo del partido encabezado por Marine Le Pen en las pasadas elecciones parlamentarias galas.
Un papel no menor tuvieron algunos medios, como los emblemáticos periódicos “Le Monde” y “Liberation” para fortalecer un movimiento democrático para impedir lo que para estos medios califican como una fuerte amenaza a la democracia, algo similar ha ocurrido en Estados Unidos donde periódicos como el “New York Times” han manifestado públicamente la renuncia de Joe Biden como candidato del Partido Demócrata ante la amenaza de triunfo de Donald Trump y que según los editorialistas de estos diarios encarnaría la destrucción misma de los cimientos democráticos en la nación norteamericana.
No queremos adentrarnos en un debate político en torno a estos sucesos, pero evidentemente los medios de comunicación, como muy pocas veces se ha visto, han decidido levantar una posición activa en torno a la potencial amenaza de tendencias políticas que pueden poner en peligro libertades básicas para la ciudadanía.
Existe en no pocos grupos una idea que han sido justamente estos medios los que han canalizado una proliferación de estos grupos radicales. En mi opinión, creo que esta es una percepción errada. Los medios de comunicación cuando detentaron el liderazgo de la entrega de información, y hablo al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, fueron capaces de impedir un avance de grupos fascistas en el mundo occidental, estos grupos pocas veces encontraron cabida dentro de los canales masivos y si estos eran expuestos eran para representar los peligros que ella implicaba.
Pero la situación se complejiza con la proliferación de las redes sociales, fenómeno que no tiene más de quince años de antigüedad. Con la pérdida de los medios tradicionales en ser los únicos grandes canales de información aparecieron grupos, muchos resguardados desde el cobarde anonimato, para fomentar ideas radicales dentro de sus cuentas. Estos rápidamente encontraron el apoyo de aquellos personajes que buscaban empinarse en el mundo político a través de propuestas radicales y que ganaron figuración en un contexto de crisis económica y descrédito de las élites dirigentes, para ser sinceros no sólo proliferaron grupos de extrema derecha sino también de una izquierda populista y rupturista como es el caso de Podemos en España.
Y los medios en general mantuvieron su postura conocida por décadas, siendo fuertemente críticos con estos movimientos. Sólo que para estos grupos radicales lo importante no era su aceptación sino su simple exposición pública, dentro de su lógica populista aprovechaban el descrédito de las grandes instituciones para asociar a los medios tradicionales como parte de la “élite corrupta” que era necesaria desterrar de raíz, por lo que el papel de los medios perdió eficacia en vastos grupos sociales.
En Chile, en atención a una historia en donde se aparta de lo ocurrido en Estados Unidos y Europa Occidental por nuestro quiebre institucional en 1973, el matiz de los medios fue menos activo al detectar amenazas al ordenamiento democrático, pero ya en un régimen de normalidad democrática, los grandes medios han mantenido un compromiso claro con la legitimidad institucional. Son los últimos años en que podemos poner un toque de diferenciación, pero más que nada es una manera de reaccionar ante la mayor viralización de fenómenos informativos a través de las redes sociales. Lo que vemos es más que nada es una demostración de ensimismamiento de los medios tradicionales en torno a su misión social, sobre todo en un momento de grandes pérdidas económicas.
Tal vez el mayor desafío de los medios de comunicación hoy es el de replantear su identidad ante el público, no caer en la lógica de los códigos que descansan ciertas redes sociales y finalmente reconstruir la credibilidad -en muchos aspectos injustamente-perdida.