Queda claro que en este último tiempo la calidad de los debates políticos, tanto en Chile como en gran parte de Occidente, se han empobrecido y se enfocan en una guerra de descalificaciones mutuas entre los contrincantes de estas disputas. Todo esto ha derivado en una fuerte polarización en las opiniones que manifiestan los líderes de la opinión pública tanto en los medios tradicionales pero sobre todo en las redes sociales. ¿Pero cómo llegamos a esta situación? ¿Por qué terminamos validando este tipo de conductas, mayormente violentas dentro del debate público?
Hace algo más de treinta años, cuando todavía imperaban con fuerza los medios tradicionales de comunicación, comenzaron a proliferar personajes que llamaban la atención por su conducta inflamada al momento de esgrimir comentarios a través de la radio o la televisión. Comenzó este fenómeno con los comentaristas radiales en los Estados Unidos, tales como Rush Limbaugh y que luego fue replicado en otros países, tales como España, Argentina y Chile. Nuestro mejor ejemplo del personaje radial políticamente incorrecto fue Eduardo Bonvallet, quien utilizó diferentes tribunas para despotricar a sus adversarios, sea con razones bastante justificadas pero también incurriendo a una serie de injurias.
Muchas veces se defendía públicamente la conducta de estos referentes ya que a través de sus argumentos se buscaba desmantelar grandes tejidos de corrupción presentes en diversas esferas de la vida pública, para muchos eran los héroes sin capa. Tras la crisis económica del 2008 que llevó a un profundo cuestionamiento a la conducta de las diferentes élites, sean políticas, económicas y mediáticas, la proliferación de estos personajes solo aumentó gracias a la masificación de las redes sociales, lo que hizo innecesario el uso de los grandes canales de comunicación para divulgar una opinión a un público masivo. El éxito de diversos movimientos políticos antisistemas fue justamente producto de una indignación generalizada del público, así como la instrumentalización de las redes para divulgar mensajes que motivaron la reacción ciudadana.
Como hemos descrito en otras columnas, si en los primeros años de esta ola los principales beneficiarios fueron los grupos progresistas que iban con todo contra los grandes tejidos del poder, prontamente los políticamente incorrectos pasaron a ser los grupos de derecha radical, que compartiendo los patrones de indignación a través de sus mensajes, iniciaron una progresiva utilización de los medios digitales para llegar a tensionar a la sociedad a través de un lenguaje provocador y directo. El triunfo de Donald Trump en 2016 más que un momento cúlmine terminó siendo un acicate para que seguidores de su fórmula trataran de replicar su éxito en sus propios países. Jair Bolsonaro y Javier Milei son sus mejores ejemplos en Latinoamérica.
No cabe dudas que se necesitan personas valientes que busquen desnudar los diferentes hechos que degradan la confianza hacia las instituciones públicas. Es necesaria la vigilancia de los poderes públicos para garantizar un sano desarrollo para nuestras democracias, pero también es necesario que se haga a través de un ánimo constructivo, sin ofender a las personas. Los excesos de aplaudir a personajes que decían la verdad, pero a través de un tono ofensivo terminaron generando a sujetos que buscan tensionar todavía más a nuestras sociedades, generando un relato de “amigos-enemigos” que en periodos no tan lejanos de nuestra historia generaron grandes dolores para numerosos estados, incluyendo el nuestro. Sigue siendo necesaria la valentía para denunciar los errores y defectos del poder, pero no debemos generar con ellos una actitud que termina activando una reacción que solo pretende socavar muchos de los avances civilizatorios que tanto han costado conquistar.