Las personas suelen reaccionar de una manera muy alarmante si existen noticias que lo sobrecogen, aquello es parte de lo lógico. Impresionarnos ante hechos que generan escozor es lo normal. Que nuestros estados de ánimo se alteren durante el desarrollo de estos acontecimientos es lo esperable que suceda y en cierto modo es bueno que así suceda, canalizar nuestras emociones y sentimientos es algo sano para nuestra salud finalmente.
No quepa dudas que desde algún tiempo a la fecha nos hemos acostumbrado a noticias que nos generan una fuerte reacción emocional. Desde la fuerza de los desastres nacionales, la crueldad de los conflictos bélicos, la impotencia de las muertes de seres inocentes, la sensación de injusticia e impunidad en algunos casos judiciales. Muchos de estos eventos han desencadenado en grandes movilizaciones sociales que se nutren de una conciencia colectiva por querer cambiar las cosas. Por tanto, muchas veces estar indignado son hasta necesarias para aquellas cosas que deben cambiar en nuestra sociedad.
Pero, ¿cuanta indignación es tolerable para nuestra vida diaria? ¿el estar enojados por algo tiene algún límite? Si hago estas preguntas es porque ya es algo muy habitual en redes sociales la manera efusiva y evidente de muchos grupos en manifestarse contra los hechos que consideran como injustos con un lenguaje alarmante y provocador. El problema es que las redes sociales han pasado a ser verbalizadores de lo que constantemente solo se reflejaba en los entornos privados, mientras que en los espacios públicos el uso del lenguaje tornaba a ser más suavizado. Por tanto se ha creado una sensación de estar invadidos por un lenguaje de denuncia permanente, como si todos los días estamos inundados de tragedias y de las cuales nadie se hace responsable.
Esto se ha traspasado a la televisión, que hoy para sobrevivir debe replicar el lenguaje que se suele usar a través de las redes. Esto origina que haya una serie de rostros, casi la mayoría en los matinales, hagan diariamente una prédica constante de lo que está mal, recalcando que día a día podemos estar peor y que no se hace nada para que esto se revierta. Estas acciones terminan motivando un estado de indignación social que genera una reacción pública de consideración o una sensación de hastío por estos mensajes. Hoy no podemos establecer a ciencia cierta cual de estas dos reacciones abundan en el público.
Causas justas, como las detonantes del estallido social de 2019, terminaron en eventos hasta traumáticos para grupos considerables de la población por causa de una exacerbación de la indignación pública. Es cierto que era difícil encontrar voceros públicos con la credibilidad para llevar a calmar las pasiones en aquel momento, pero hoy muchos ciudadanos se arrepienten de haber llevado las cosas tan al extremo como aquellos días. Y es que las redes sociales cobijaron una serie datos que solo hacían incendiar la pradera, algunos directamente falsos. Hoy mismo, ante la crisis de inseguridad imperante se reflejan reacciones similares desde la otra parte de la vereda, todavía es tiempo para serenar nuestro temperamento y pensar de una manera calmada los asuntos que nos aquejan. No vaya a ser que el remedio termine peor que la enfermedad.