Hasta ahora, las novedades que ha lanzado la televisión chilena no son del todo del agrado del equipo de este portal. No solo porque es un reflejo de una crisis de la cual no tendrá retorno al corto plazo, sino que es en absoluto un retroceso.
Volver a la farándula es repetir nuevamente el aislamiento del resto de las industrias de Latinoamérica, que no paran de producir y de codearse con figuras del mundo entero mientras acá se busca revivir un esquema que ya dejó en quiebra al mundo televisivo local, apenas dejó de ser rentable.
Hasta lo que hemos visto, los hostigamientos en reality shows y en paneles están a la orden del día. Lo hemos visto en paneles de diversos tamaños: Desde Jaime Coloma menospreciando la figura de Carolina de Morás (un rostro televisivo absolutamente desaprovechado), Cecilia Gutiérrez filtrando crisis matrimoniales, la creación de ese monstruo llamado Daniela Aránguiz, el abuso psicológico que ha ejercido Mariela Sotomayor hacia Camila Recabarren y Faloon Larraguibel en “Ganar o servir”, Oriana Marzoli llamando a Blue Mary de “delincuente” y sacando a los hijos de los participantes, Francisca García-Huidobro burlándose de que Ivette Vergara se haya quedado sin pantalla en TVN, las salidas de gente que había sido un aporte como la misma presentadora, tanto como Yamila Reyna, “Pitu” Valenzuela y Kevin Felgueras.
Muchos defensores de la farándula han aprobado este nuevo aire diciendo que es un oasis entre tanta violencia y operaciones políticas que ejercen noticieros y matinales, sin embargo las conductas de algunos “próceres del farandulismo” no tienen nada que envidiarle a los delincuentes y narcotraficantes que llenan las pautas de los matinales.
Volver a la farándula es una señal de que hay una industria que vuelve a recurrir a quienes la dejaron en quiebra y la aislaron del resto del mundo.
De verdad que el panorama es decepcionante. Pareciera que no hay voluntad cierta de querer hacer algo distinto a lo que se ha visto en estos últimos quince años. Falta audacia, atreverse, destaparse. Dejar ese letargo conservador que es la farándula chilena y acercar a las audiencias a otro tipo de personas, a gente mucho más agradable y con el talento más que suficiente para brillar en los medios de comunicación masivos.
¿No me cree? Pongamos el panorama de Argentina: A pesar de la implosión de su economía por parte de las políticas libertarias de Javier Milei, Telefe volvió a apostar por un estelar semanal, que es el de Susana Giménez. Ha tenido invitados de la talla de Abel Pintos, Luciano Pereyra, María Becerra y Lali Espósito. Si bien no tienen los mismos recursos de los noventas, no se puede negar que hay empeño de parte del “canal de las pelotas” de ofrecer algo espectacular en tiempos nada de agradables para la hermana nación.
¿Por qué entonces la televisión de un país con índices económicos por lejos mucho mejores que Argentina se dedica más en seguir resaltando la violencia, venga de parte de un “malandro” como de una figura tóxica del espectáculo? Dirán “es lo que vende”, pero en la situación actual, hoy son pocos los que ven televisión abierta. Y es un público más adulto, que no tiene otra compañía más, o que la deja nada más como ambiente.
Todo mientras el mundo digital sigue siendo la prioridad hasta para los mismos avisadores. ¿Cuántos podcasts tienen como auspiciantes a empresas clase A? Ni siquiera negocios pequeños o “marcas pichiruchi”. Y eso lógicamente permite tener a invitados que hoy fácilmente irían a “Viva el lunes” si siguiese al aire.
De verdad que esperabamos este año dar mejores noticias: Desde la llegada de una figura de la canción a algún programa más seguido que cada tres o cuatro meses, o que la misma industria se recupera con formatos llamativos. Pero el panorama, lamentablemente, es otro. Programas de farándula que apenas sirven para liderar dentro del reducido público de la tele abierta, marcando apenas 9 puntos de promedio como fue el caso de “Only Fama” en su primer capítulo. O sea, estable dentro de su gravedad.
Por eso, su retorno para nosotros como medio de televisión, es una mala noticia. Porque demuestra que se agotaron las ideas y que, ante la falta de voluntad para proponer algo mejor, prefieren volver con los mismos que la dejaron en la bancarrota.