Llegamos a la semana del festival y si hay algo que queda durante las semanas previas es que de lo último que se habla es sobre el elemento fundamental del certamen: la música. Párrafos e hilos se han escrito sobre las galas o sobre la presentación del humorista venezolano George Harris, y sólo ha habido algo de interés en lo musical por la polémica abierta por autoridades eclesiásticas en torno a una de las canciones en competencia.
Queda claro que la parrilla de este año carece algo fundamental que Viña representa, su transversalidad. No desmerecen las trayectorias ni la popularidad de músicos como Sebastián Yatra, Duki o Incubus, solo que no reúnen la capacidad de reunir a públicos de diferentes edades y estratos sociales, elementos que hace de Viña un evento único para nuestro país. Los músicos que si son transversales, como Marc Anthony o Carlos Vives, no aportan el factor novedad que necesita el evento, sobre todo cuando se estrena una nueva concesión. La artista que tiene más méritos de generar una noche inolvidable es Myriam Hernández, que desde hace años no ha estado en el escenario de la Quinta Vergara y que con el paso de los años se ha ganado el respeto de gran parte de los referentes musicales actuales, tales como Karol G y Mon Laferte.
Pero si hay algo que queda claro es que el festival de Viña justamente sobrevive porque ha dejado su enfoque elemental en la música. Ante una industria musical cada vez más segmentada y un mercado donde los conciertos son pan de casa día (y un elemento fundamental para la sobrevivencia del músico), un espectáculo como el festival deja de tener el factor sorpresa que ofrecía hace cuarenta años atrás. Los cantantes, con agendas apretadas, apenas pasan por el escenario viñamarino y abandonan no sólo la ciudad, sino el país. Ya pasaron bien atrás los años en que las estrellas estelares pasaban la semana entero en la ciudad jardín, participando de los programas satélites, interactuando en los eventos paralelos al certamen e incluso protagonizando más que algún amorío.
Desde hace algún tiempo atrás los organizadores bien saben que la música ya no es el factor que realmente la gente habla sobre el festival, sino todo lo que antes era lo secundario, hablamos del humor y la gala. Los humoristas eran simplemente el intermedio entre dos números musicales, hoy forman espectáculos independientes, congregando la mayor sintonía cada jornada viñamarina. Es por eso que hoy cada noche debe tener un comediante invitado, ya que no sólo será la parte sustancial del rating, sino de lo que será parte sustancial en los comentarios en redes sociales, visitas en portales de videos y llenarán los contenidos de los espacios festivaleros en televisión. De la gala, que más decir, es la noche con mayor sintonía de los días del festival y generan una oleada de comentarios tanto en los espacios virtuales como en las conversaciones públicas.
Hablar de la “decadencia de Viña” es algo más viejo que el hilo negro, y solo se explica desde un aspecto meramente musical. Si todavía hablamos del festival es porque este certamen justamente supo trascender más allá de los invitados musicales y la competencia y tiene que ver justamente con otros elementos, muchas veces más mundanos y que reflejan mucho de nuestra cultura. Ahora, a disfrutar y analizar de lo que ocurra en esta semana viñamarina.