Este lunes, el periodista José Antonio Neme volvió a encender la polémica en “Mucho Gusto” tras un tenso intercambio con Jazmín Durán, pobladora de la toma de Quilpué. El contacto, que abordaba la ocupación de terrenos pertenecientes a la familia del empresario asesinado Alejandro Correa, terminó abruptamente cuando Durán abandonó la conversación. Lo que siguió fue una explosión de ira por parte del conductor, que no solo apuntó a la entrevistada, sino también a sus propios colegas del medio televisivo.
“Todos los otros conductores o animadores creen lo mismo que yo, pero no tienen los cojones de decirlo en cámara porque tienen miedo de que los funen. A mí me importan tres pitos las funas”, declaró Neme, en un tono desafiante que rozó la agresión verbal. La frase, lejos de ser una simple opinión, se enmarca en un discurso que normaliza el insulto como herramienta de validación personal y desacredita el rol de otros comunicadores que optan por la moderación.
El periodista insistió en que no tiene “problemas de control de ira”, aunque su comportamiento en pantalla contradice esa afirmación. Su defensa del derecho de propiedad —tema central del conflicto— se vio eclipsada por una retórica violenta, que incluyó descalificaciones y bravuconadas dirigidas tanto a los involucrados en la toma como a sus pares televisivos.
Este episodio plantea interrogantes sobre los límites del rol editorial en televisión y la responsabilidad ética de quienes conducen espacios informativos. La furia de Neme, lejos de ser un recurso narrativo, se convierte en un síntoma de una televisión que tolera —y a veces celebra— la confrontación como espectáculo. En un contexto donde el debate público exige altura y respeto, el matinal de Mega parece apostar por la provocación antes que por la reflexión.
