En momentos en que la televisión no levanta cabeza y vuelve a reincidir diariamente en sus fallas que ya hemos descrito innumerablemente y que no es necesario repetir, surge esa necesidad casi obsesiva que existe con la nostalgia, incluso con la idea que la farándula fue un mejor contenido de aquel que actualmente ofrecen los canales diariamente.
La nostalgia presenta una fuerte trampa, esta trampa es ver las cosas del pasado como algo positivo, pero sobre todo, que las personas de su tiempo sentían que vivían mejor que en la actualidad. El presente, al proyectarse en un escenario de incertidumbres cada vez más abiertas, no ofrece respuestas claras y más que nada genera preguntas todavía más complejas, por eso quedamos con la sensación de que el pasado era mejor, sin conocer las complejidades y dificultades que vivían las personas en el ayer. No podemos dejar de advertir que la memoria, aunque directa y emocional, es selectiva y muchas veces tampoco es la herramienta más precisa.
Sin dudas que esto queda inserto en el análisis histórico de la televisión. El desafío de un buen historiador no es seguir edulcorando el pasado como algo enteramente positivo, sino ver las diferentes voces y posiciones en torno el desarrollo de la industria en su tiempo, y ahí apreciamos que incluso en los momentos de mayor auge de nuestra televisión (la denominada “larga edad dorada”, esa que hemos fijado entre 1978 hasta 1998) se presentaban no pocas voces que reclamaban por la pacatería, la falta de riesgo o la mediocridad que ofrecían algunos de los espacios más importantes de la pantalla chica, por no decirlo, de la industria televisiva en general.
Es cierto que muchas veces logramos apreciar las cosas solo después de haberlas vivido, y este fenómeno sucede constantemente en lo relativo a la televisión. Sin dudas que los contextos ayudan mucho a evaluar de una determinada forma nuestra perspectiva hacia el pasado, pero no podemos caer en una visión idealizada del ayer, de la nostalgia por la nostalgia. Es preferible un ejercicio más serio, acucioso y profundo de lo que sentían las personas de su tiempo más que pensar desde la perspectiva siempre efectista de lo inmediato. Y finalmente, tratar de perderle el miedo al futuro, sólo así podremos salir del inmovilismo.